El desafío independentista

El «efecto dominó» del 155

La Razón
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La carrera de Puigdemont no tiene salida. Es un salto al vacío. Una irresponsabilidad histórica. Y eso que la jugada del Gobierno de otorgar plazos al presidente de la Generalitat ha tenido la virtud de hacer recaer sobre él toda la presión, alimentando la división en el secesionismo, con unos pidiéndole aguantar y otros rectificar. La contumacia de Puigdemont a lomos de su irrealizable alucinación acentúa su conducta contraria a la Constitución.

A Mariano Rajoy, de la mano de Pedro Sánchez y de Albert Rivera, el envite le ha dejado una opción: el artículo 155 que le faculta para adoptar las medidas necesarias para garantizar la legalidad en la comunidad. Las disposiciones y plazos ya han sido concienzudamente elaborados entre el Gobierno y el PSOE, además de Cs, y aspiran a ser lo más limitados posible. Es lo que ha llegado a conocerse como 155 «quirúrgico» y que contemplaría la sustitución de Puigdemont en su competencia exclusiva para convocar elecciones. Lo demás vendría por añadidura, según señalan en La Moncloa y Ferraz.

Es decir, un «efecto dominó» de renuncias de consellers como el de Interior, Joaquim Forn, volcados con la independencia. Que de todo hay en el seno del PDeCAT y de ERC.

Porque, al menos en las filas socialistas, rechazan hablar de gobiernos de concentración o de tecnócratas o de ministros especiales para Cataluña, ni tampoco de una suspensión de la autonomía catalana. Esas opciones han estado desplegadas sobre la mesa de Rajoy, pero en ningún caso en la cabeza de Sánchez, dada su dependencia del PSC. La gran mayoría de la sociedad catalana teme la deriva a la que la están conduciendo sus gobernantes, aunque las calles se vean trufadas de guerrilleros independentistas dispuestos a rodear el Palau Sant Jaume, el Parlament, las instalaciones de TV3 o estaciones de tren, autobuses y aeropuertos. Instrucciones por doquier para mantener la tensión pre revolucionaria y celebrar cadenas humanas, huelgas, etc. Han empezado a repartirse entre la ANC u Ómnium.

Tales escenarios, suicidas, deberían hacer a Puigdemont recuperar la cordura y desistir de un viaje que sólo socava la convivencia de la sociedad a la que ha dejado de representar y agrava el notable deterioro del bienestar de Cataluña. La realidad es que el presidente catalán ha cruzado todas las líneas rojas aupado en sus falacias. La respuesta al requerimiento del Gobierno evidencia su necesidad de agarrarse al victimismo y al reto a las instituciones para mantener la apariencia de cohesión. Ha llegado el momento de plantarle cara con los poderes del Estado.

La sucesión de momentos estelares del «procés» tiene marcado el próximo jueves como nueva fecha clave. A partir de ahí, el Gobierno tendrá que solicitar al Senado la aprobación de las medidas que quiere adoptar. PSOE y Cs esperan que apenas días después la operación para recuperar Cataluña esté lanzada. Se van a suceder semanas incandescentes, claro, pero Puigdemont ha llegado demasiado lejos. Ahora toca a Rajoy colocarlo en su sitio.