Debate de investidura

El submarino morado

La Razón
La RazónLa Razón

En la abrasadora propensión que tenemos los medios al mamoneo y la lágrima, parece natural poner el foco en los desamores de Iglesias y Errejón, pero es pura filfa. Lo de estos dos, que ahora intercambian cartas empalagosas en la prensa, va camino de una función en «Sálvame», con polígrafo incluido. Y en el mejor de los casos, aunque concluya en purga, como mandan los cánones del buen chequista, es irrelevante. Podemos, perdida la oportunidad de rediseñar el panorama español para una década metiendo a Pedro Sánchez en La Moncloa, se perfila como una versión snob de la esclerotizada IU. Ampliada, rejuvenecida, cursi y generando titulares, pero poco más. Lo importante no está en los de las coletas, las ocurrencias de tráfico, los amores chavistas y las veleidades proetarras, aunque hablemos de ellos hasta la náusea. La clave estriba en el PSOE, que parece haber sido picado por la variedad política de la mosca tse-tsé. Si el partido de Felipe González, el que ha gobernado más tiempo que ningún otro, el que ha sido mayoría en todas las regiones y capitales de provincia, el que alardeaba de que a España no la iba a conocer «ni la madre que la parió», despierta del letargo, volveremos paulatinamente al juego político tradicional, entre el centroderecha y el centroizquierda. Descabalgado Sánchez de la Secretaría General y neutralizado su plan de auparse a la presidencia acompañado de podemitas e independentistas, devolver al PSOE a la centralidad parecía fácil, pero no lo está siendo. Es innegable que la gestora ha dado pasos en el sentido correcto: ha levantado la bandera socialdemócrata para obtener concesiones sociales del Gobierno y ha dejado claro que no elige rumbo obsesionada por Podemos. El drama, para el PSOE y para España, es que en política, como en los tribunales y en otros aspectos, no basta tener razón; te la tienen que dar y da la impresión de que bastantes de los que se consideran socialistas se la niegan al asturiano Fernández. No hablo sólo de personajes de relumbrón, como Armengol o Iceta, quien parafraseando al dolido Sánchez ha vuelto a soltar que no unirse a Podemos supone entregar la hegemonía al PP. Me refiero, sobre todo, a ese enjambre que desde los tiempos del ínclito Zapatero tiene como exclusiva referencia el odio a una derecha imaginaria, que maltrata a los niños, quiere dejar sin sanidad a los menesterosos y odia al inmigrante. Es entre ese sector del PSOE, incapaz de captar que Sánchez actúa como «submarino morado», donde el frentepopulismo encuentra audiencia.