Internacional

Extremos

La Razón
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La moderación ha muerto. La política internacional vive sometida a una fuerza centrífuga que se aleja de las convenciones que dábamos por seguras tras la caída del Muro de Berlín. Conceptos como la Ley, la convivencia, el respeto, los tratados, el diálogo y otros que degeneraron en «ismos» varios nos dejaban en este Occidente acomodaticio unos elementos sobre los que construir nuestro bienestar emocional y con los que expurgar las culpas. Pero la geopolítica ha sufrido con especial virulencia el cambio climático. Ya no hay zonas templadas. O hielo o sudor implacable. Para llegar a los extremos tienes que plantear preguntas cuya respuesta no necesite palabras. Basta un sí cabeceando disciplinadamente, un grito gutural o una multitud. En este mundo, que se construye extramuros de las normas con las que despedimos el siglo XX, se están afilando algunos relatos para volver a escenarios ya vividos y sufridos. Los ciclos de repetición de la historia se aceleran. ¿Cuál es la reacción al acto físico y, sobre todo simbólico, del degollamiento de un sacerdote en una iglesia de Normandía por parte de dos terroristas del Dáesh? La primera: el miedo, el nutriente principal de cualquier extremo. ¿Por qué Trump y Putin se hacen esas carantoñas violentas con las que recuperar los bloques y la narrativa del «telón de acero»? Porque la iconografía del poder necesita un enemigo fuerte. ¿Por qué una temblorosa UE no va a fiscalizar las tropelías contra los derechos humanos que ha emprendido Erdogan tras el fracaso del golpe y el éxito de su contragolpe? Porque sigue necesitando que alguien haga el «trabajo sucio» y los «legalismos» los deja para los socios del club, o ya, ni eso. Éstos son los ingredientes básicos para que el extremo, que no tiene por qué coincidir con la manifestación política del populismo, se convierta en el ecosistema mayoritario. El extremo se amplía al incluir en su razón de ser la religión, la ideología, la política y la percepción de seguridad. El extremo da una respuesta única y global a todas las preocupaciones y necesidades. El extremo se hace cómodo porque descarga en la propaganda emitida el peso del pensamiento propio. Cuando el personal deja de confiar en lo que creía cierto es cuando el salto hacia el interior de la muralla se hace con la convicción del fanático. El problema es que nadie ha regresado del extremo sin violencia y sin sufrimiento. Si a esto añadimos que el entramado institucional transnacional está perdido y ensimismado, las posibilidades de que la globalización nos devuelva a la aldea bárbara se amplían y se aceleran.