Alfonso Ussía

Insulto y arte

La Razón
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Se le atribuye a Tallulah Bankhead la terrible crítica de cine de Los Ángeles. En España, fue Luis Escobar el que la usó para despedir a una actriz con muchas pretensiones y escasas dotes dramáticas. «Si realmente quieres ayudar al teatro español, no seas actriz. Sé público». Se puede insultar con arte. A José María Gil Robles cuando escribió y editó «No fue posible la paz», le dijo Romanones: «Las cubiertas de tu libro están demasiado separadas». Hablaba en el Congreso, todavía las Cortes Españolas del anterior régimen, un procurador poco agraciado físicamente, y muy orgulloso de haber alcanzado la cumbre desde su humilde condición social. «Y yo, que me he hecho a mí mismo»... Fueyo Álvarez le interrumpió desde su escaño. «Pues ya podía haberse esmerado un poco más». A Pedro Sánchez o Pablo Iglesias se les puede aplicar la ignorancia de Housman: «Ignoro en qué cuestión empleará ahora su polifacética incapacidad». Cuando, en sus viajes por las antiguas colonias, la Reina Isabel II y el duque de Edimburgo rindieron visita a la Reina de Tonga, superados los treinta minutos de conversación, el duque, sutil y oportuno, preguntó a la anfitriona. «Majestad, permítame la indiscreción. ¿Usted es hombre o mujer?». Visitaba Olaf de Noruega a la presidenta de Islandia, Vigdis Finbogadottir, bien entrada en carnes, rotunda de pandero y generosa en jamones. En la cena de gala, el Rey de Noruega y la Presidenta de Islandia abrieron el baile a los sones del vals «Rosas del Sur» de Johan Strauss. Terminado el baile, un Olaf agotado se sentó en su silla, se secó la frente con la servilleta y jadeante, comentó: «Bailar con ella es como hacerlo con un hipopótamo». Fernando Fernán Gómez de Analía Gadé: «Es un rubia con un pasado moreno». Para definir a un tonto, Wodehouse encontró la fórmula más expresiva y correcta: «Su coeficiente de inteligencia era algo menor que el de una almeja vuelta al revés; una almeja, todo hay que decirlo y cabe destacarlo, que hubiera sido golpeada en la cabeza durante su infancia».

La elegancia en el insulto es consecuencia de la cultura, la formación y el colegio de pago. Como la ironía bien aplicada. La baronesa de Chamfort-Lebrús era hipocondríaca, amén de histérica. Junto a su plato, en la comida, se juntaban más de veinte fármacos diferentes en frascos y cajitas. Para licuar la sangre, para mantener baja la tensión, para el dolor de cabeza, para equilibrar las transaminasas, para el ritmo cardiaco, y a pesar de la edad, superior a los 75 años, para no quedarse embarazada. Y su marido, el barón, ante el espectáculo farmacéutico que presentaba su mujer, le hizo la siguiente observación: «Mi querida Chantal, no te olvides de tomar la comida durante las medicinas».

Siempre he tenido – ahora lo pongo más en duda–, a los catalanes como sutiles, educados, sosegados y cultos. De ahí que me hieran sus exabruptos y groserías, tan frecuentes en los últimos tiempos. He leído que TV3 ha encomendado a un cefalópodo separatista y grosero la emisión de las doce campanadas de la Nochevieja. Su mérito, definir a los españoles –él lo es–, como «una panda de sarnosos y cabrones de mierda, que nos la están metiendo por delante y por detrás». Para mí, que esa elección humilla a Cataluña. El lamelibranquio se llama Quim Masferrer. Bueno, carece de importancia cómo se llame. El problema no es su absoluta falta de ingenio. El problema es que el público celebró sus palabras con carcajadas, aplausos y vítores. El dibujo pésimo de una sociedad enferma e infectada de odio y ausencia de talento. Gente que colecciona «caganers», probablemente. Hay otra Cataluña, por fortuna, pero suena más la estercolada. Como compatriota de Masferrer me opongo a que se defina como sarnoso y cabrón de mierda. Y le deseo buena entrada y salida, del año o de lo que sea.