Barcelona

La calle y los muchachos

La Razón
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Por las calles de Barcelona corretea la muchachada. Era de esperar. Los paseantes lamentan el incordio con la boca pequeña en tanto que los alborotadores, en su más dilecto fango, vocean que la democracia es eso; no la de los parlamentos. La calle, sostienen quienes la ocupan, está empedrada de la voluntad popular, la voluntad de ellos, claro. Y así se fuman un puro tras otro. Los independentistas, aficionados desde antiguo al travestismo, se han ataviado con sus mejores trapos y sus más finas mallas para la representación del flautista de Hamelín, el último espectáculo, llevando de excursión a los colegiales, bachilleres y universitarios al centro de Barcelona para que posen como protagonistas mediáticos de la revolución. O como quiera que se llame a eso que han repetido todos los quintos desde Atapuerca. Pues así está el patio y así está la calle. Ante tal situación, el Gobierno de la Generalitat no sólo no sofoca las hogueras sino que hace de pirómano ante la estupefacción del resto de España, que observa anonadada cómo prende Roma. Que lo hagan los ciudadanos, se comprende; no así que la mirada lejana sea la del secretario general del PSOE. Pedro Sánchez anunció al fin su reaparición tras una semana silente. Lo hace hoy en Badalona, junto a Miquel Iceta, no muy lejos de la calle y de las fumatas. Sánchez ha optado por posar de perfil y andar de puntillas por lo que pueda pasar el 2-O. Silenciado el cricrí de sus pepitos grillos naturales –la vieja guardia socialista apoyó a Susana Díaz en las primarias–, al líder del PSOE le seduce más el arrullo de Pablo Iglesias, que tiene el mismo plan: acabar con Rajoy. Otra vez. Cosas de muchachos. «Si ellos tienen la ONU, nosotros tenemos dos», gritaban en la Barcelona franquista. Ah, la calle.