Europa

Cumbre de la UE

La cumbre de Malta

La Razón
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Se reunieron en Malta los jefes de Gobierno de la UE en un contexto dominado por la incertidumbre y el rechazo a las políticas de Trump en relación con la UE, y por la puesta en marcha de la salida de Inglaterra de su seno con la previsible firma de un acuerdo preferente con los EE UU –como viene ocurriendo desde la II Guerra Mundial–. Y una vez más Europa se ha situado a rebufo del devenir de ambas situaciones sin plantear iniciativa alguna, reiterando la imagen de debilidad y falta de liderazgo que arrastra desde hace años. Lo más que hemos escuchado a sus «líderes» es que van a ser prudentes y esperar a las acciones concretas de Trump, y la recomendación a May de hacer lo más rápido posible el proceso de desconexión.

Dentro de los asuntos propios se ha abordado la inmigración por el Mediterráneo Central, concretamente a través de Libia, una vez que el Oriental ya ha absorbido a miles de inmigrantes, en su mayoría refugiados, que desbordaron Grecia y, a través de ella, todos los países de tránsito hasta llegar a Alemania, que pasó en unos meses del fervor de la acogida humanitaria al cierre de sus fronteras, y a encargar a Turquía –previo pago por todos los países de la Unión– el corte y control de su llegada. De Libia partieron el año pasado el 90% de los más de 180.000 inmigrantes que entraron en Europa, principalmente a través de Italia. El objetivo es «estabilizar» el país para frenar la presión migratoria irregular, creando allí Centros de Acogida «dignos» donde retenerlos hasta su devolución, iniciativa fracasada de inicio en casos anteriores.

La llegada de inmigrantes por Libia tiene que ver con el fracaso de la «Primavera Árabe» aplaudida por Obama y la OTAN, que acabó con Gadafi y su régimen sin tener un plan alternativo –como en el resto de países donde se produjo–, sumiendo al país en una guerra entre tribus, con dos Gobiernos y dos Parlamentos y la llegada de Daesh, todos pugnando por hacer negocios, en los que la inmigración ilegal ya ocupaba un espacio importante. Cualquier experto en este asunto sabe que en el sur de Argelia confluyen la mayoría de las caravanas de inmigrantes del África subsahariana, y es allí donde las mafias, según el precio, las dirigen hacia Libia o hacia Mauritania y Marruecos, para entrar en Europa. No abordar este asunto en su integridad no resolverá el problema. Tan sólo desplazará la presión a otros como España.

Sorprende la simpleza y el cinismo con el que se sigue abordando una cuestión a la que muchos atribuyen ser causa de la victoria de Trump, la llegada de populismos a Europa, o el apoyo de los británicos al Brexit. Es evidente que el exceso de inmigrantes ha desbordado la capacidad de acogida de los países desarrollados, que atraviesan graves crisis económicas y de bienestar, con elevadas tasas de paro y pérdidas de cohesión social, con falta de integración de aquellos y la extensión de un terrorismo islamista que ha encontrado en algunos de ellos y en este fenómeno complicidad para sus acciones. De ahí el cierre de fronteras de la «buenista» Alemania ante su desbordamiento.

Mientras no se diga con claridad que no cabe política de puertas abiertas, se actúe con determinación en los países de origen para evitar la salida masiva, se evite el tránsito ilegal hasta nuestras fronteras y se controlen eficazmente los flujos de entradas, no resolveremos el problema ni podremos dar lecciones a nadie.