José María Marco

La mona y el monotema

La Razón
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En su historia de la guerra de Cataluña, Melo (y no es el único) cuenta que el día en que se produjo la sublevación en Barcelona, el Corpus de Sangre de 1640, las turbas, dedicadas al saqueo y al linchamiento, encontraron en la casa de un militar del ejército de la Corona un reloj con una mona artificial que movía los ojos y las manos al paso de las horas. La llevaron al Tribunal de la Inquisición como muestra de herejía y los funcionarios del Santo Tribunal, atemorizados, aceptaron el encargo de quemarla. Según Melo, el extraño caso debería ir «en beneficio de la templanza».

No parece verosímil que hoy se reproduzcan hechos tan desastrosos como los de aquel levantamiento, ni siquiera con los «segadors» mudados en tractoristas. Lo grotesco se reproduce, en cualquier caso, y con más intensidad que entonces. Hoy la mona sería el centro de todo, la viva imagen de una reivindicación absurda hasta el punto de hacer de las medidas de normalización democrática y constitucional (lo que los nacionalistas llaman represión) el principal objetivo de la revuelta. Nos rebelamos para que la respuesta del Estado demuestre (también a nosotros mismos) la consistencia de nuestra causa. No hay más. La mona del Corpus de Sangre es ahora la declaración de independencia, la famosa DUI, el monotema en el que la pulsión nacionalista nos ha encerrado a todos.

El nacionalismo, y más en particular el nacionalismo catalán, impulsado por ese especial tirón irracional que lo caracteriza, busca siempre lo mismo: abrir heridas, desgarrar una sociedad unida íntimamente, destruir lo que ha costado muchos años poner en marcha: amistades, familias, empresas, relaciones de vecindad, comercio...

Frente al monotema vale la pena recordar aquello que nos une y nos hace depender los unos de los otros. Es lo más valioso de todo, porque es lo que nos mantiene vivos y lo que nos permite ser lo que de verdad somos. Lo llamamos España, y también es Cataluña: lo que llevamos siglos haciendo juntos. Lo otro, la búsqueda de la independencia absoluta, acaba siempre con la subida a los altares de algún ídolo grotesco, como la mona mecánica del Corpus de Sangre, fiel reflejo de lo que está ocurriendo ahora mismo en Cataluña.