Cambios climáticos

Las preocupaciones del señor Roper

La Razón
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Suben las temperaturas hasta parámetros aún bajos para julio, pero nos hemos comido un tercio del mes caluroso por excelencia con el termómetro anclado en torno a los veinticinco grados, con mínimas otoñales y con lluvias que han limpiado la pesada atmósfera estival. Silenciados pues nuestros ecologistas de guardia, que alertan contra el calentamiento global... cuando hace calor y se indignan con otra sandez en cuanto sopla el poniente. (Roló a levante el viento el domingo por la noche en el Estrecho, puedo dar fe.) Nada dicen, por ejemplo, los aguerridos animalistas contra los encierros pamplonicas, no vayan a cabrear a los abertzales y con esa gente, poca broma. El tórrido idus de junio tuvo un efecto más molesto que el adelantamiento del verano: desató las lenguas de los predicadores del fin del mundo, de tanto alarmista que encuentra delectación en fustigar a sus congéneres mientras alimenta el fabuloso negocio del conservacionismo. El cambio climático, claro, trajo esas calores inesperadas y, ¿qué nos regaló este fresquito salvífico? Pues el cambio climático, faltaría más. Ah, el verdiano duque de Mantua debería revisitar la célebre aria de Rigoletto, porque estos tiempos de corrección política prescriben alusiones maliciosas a los femeninos humores: «El clima è mobile qual piuma al vento», o sea, porque lo mismo cambia hacia la asfixia que muta en modo rebequita. Mister Roper no tenía mucho más tema de conversación que los meteoros, cuya regularidad cíclica agota la capacidad de sorpresa de los humanos intelectualmente más complejos. Algunos no han evolucionado más allá del humor setentero.