Cristina López Schlichting

Naufragar en internet

La Razón
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Ah, las vacaciones. Ayer me dieron las tres buceando en internet ¿Acaso no es asombroso descubrir un mundo a golpe de clic? Una biblioteca como PubMed facilita el acceso a 23 millones de artículos médicos. A las voces «soplo» o «resveratrol» sucede la lista completa de las investigaciones. De cada estudio se ofrece un «abstract» o resumen. Es posible discriminar por fechas y elegir tan sólo los trabajos más recientes. Este nudismo libresco se extiende a las personas. En la red he llegado a leer sobre mí misma que, antes de ser periodista, era puta; lo prometo (no que fuese meretriz, sino que está escrito). Supongo que alguien confundió el título de mi libro «Yo viví en un harén». Internet no es muy distinto de la investigación bibliográfica tradicional, en ambos casos lo importante es identificar las fuentes fidedignas. Los maestros se tomaban la molestia de enseñarnos a distinguir una novela de un drama o una investigación científica de un razonamiento filosófico. También nos mostraban la distancia entre Corín Tellado –todo mi respeto– y Jane Austen. O «La guerra de las galaxias» y un estudio de astrofísica. Nadie confunde «Bambi» con un tratado sobre ciervos. Ni cree que «1984» o «El oso cavernario» sean libros de Historia. ¿O sí? Empiezo a conocer gente que cree cosa científica que la Magdalena se casase con Jesús. O que las pirámides sean signo de vida extraterrestre. La veneración por la letra impresa se ha hecho extensiva a la red y llega tan lejos que quienes no han leído nunca, conceden absoluto crédito a lo publicado en internet. El capítulo más triste de la difusión de tonterías ha sido este año la muerte por difteria de un niño en nuestro país. Sus pobres padres creyeron a la secta de chamanes que predica la maldad de las vacunas, uno de los más maravillosos inventos modernos. Internet está lleno de esta mentirosa propaganda. Qué importante enseñar a nuestros hijos la diferencia entre rumor y hecho, opinión y dato, sabio y gurú, fuente contrastada y patio de monipodio. En este mes hemos vivido en casa dos episodios médicos extremos. Mi hija padecía un linfoma y mi hijo, una prostatitis. Que me aspen si yo sabía nada de tales enfermedades, pero ambos tenían claro el diagnóstico y me mostraron los síntomas y anticiparon la evolución de las dolencias. Imagínense las noches de angustia, las exhaustivas palpaciones, los temores. Los médicos descubrieron después que Inés tenía faringitis e Ignacio una simple cistitis. Adivinen la fuente de mis pequeños galenos domésticos.