Sevilla

Pisar las calles

La Razón
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Pisar las calles, pero con los ojos abiertos y limpios. Sin gafas para ver que sucede a tu alrededor, con el color que los cristales que has puesto y que das por hecho, a pesar de la trampa, que es la verdad. Esto viene a cuento de un artículo de Javier Marías en el dominical del diario El País. En primer lugar, reconozco el prestigio como escritor, articulista y otras actividades siempre unidas a la cultura de Marías, que ocupa el sillón «R» de la Real Academia de la Lengua. Al tiempo, reconozco que no he leído sus libros. Soy cinco años mayor que él, por lo que sus escritos me llegaron a una edad en la que el libro que se me resistía, que no me atrapaba en las 20 primeras páginas, pasaba al baúl del olvido. Admito que éste es un problema mío, posiblemente debido a mi delgadez cultural. Al grano, el artículo al que me refería, donde la Semana Santa es protagonista, aparte de resultarme molesto, me parece indigno de un personaje de su talla. A este señor no tiene por qué gustarle esta celebración, faltaría mas, pero caer en una del franquismo represor, que unido a la iglesia imponen hasta mostrar el menor signo de alegría, sin contar el chiste fácil de llenar las calles con miembros de Ku Klux Klan... Primero, recordarle que la dictadura terminó hace 40 años; que por lo menos habrá de reconocer que la variedad de colores y túnicas de las hermandades –al menos en Sevilla– no tiene ningún parecido con la citada organización racista –en todo caso serían ellos los que se parecerían a un nazareno–; y también recordarle que en Sevilla salían procesiones cuando posiblemente en EE UU no había todavía ni indios. Le cuento que en el año 1956, cuando empecé a salir en una cofradía, no me obligó nadie. Mis únicas llantinas en estas fechas eran por no haberme dejado salir antes. Hoy tendría que conocer la emoción que se vive en las casas cuando se cuelgan las túnicas, en perfecto estado, para esperar el día de salida. Como sé que tiene buenos amigos que vienen a esta ciudad, acompáñelos y compruebe la inmensa alegría con que cientos de miles de personas viven el maravilloso, el portentoso espectáculo que es la Semana Santa. Si luego sigue pensando lo mismo, no veo remedio posible.