Debate de investidura

Por qué son enemigos íntimos

La Razón
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En el debate de ayer, Albert Rivera dijo «no he venido a la política a hacer amigos». La frase la sacaba a colación el líder naranja para justificar el por qué era capaz de hablar con la derecha de Rajoy y con la izquierda de Sánchez. Seguramente, su afirmación no pasará a los anales de la historia parlamentaria, aunque retrata perfectamente la realidad de la política española. Como dice Rivera, él no hace política para hacer amigos, pero otros hacen política porque son enemigos.

No son amigos. Tampoco adversarios. El tono de sus palabras denota que no se reconocen autoridad intelectual. Moral, mucho menos. No tienen relación personal. Tampoco son confidentes. Ni tan siquiera disimulan. No se tienen confianza ni se transmiten empatía. Son, simple y llanamente, enemigos. Se caen mal y no tienen ninguna intención de caerse bien. El problema es que uno de ellos se llama Mariano Rajoy Brey y es presidente del Gobierno en funciones, y el otro se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón y es el líder del principal partido de la oposición. No tienen empatía y, lo peor, es que no tienen ninguna intención de tenerla.

Pedro Sánchez llegó a la secretaría general socialista en julio de 2014. Apenas dos meses después, tuvieron en la sesión de control al Gobierno su primera bronca a cuenta de la reforma fiscal. Aún mantuvieron las formas. Sánchez dijo al presidente que quitará «la mano del cuello de los españoles» y Rajoy le recordó la «herencia envenenada». En el mes de noviembre de ese mismo año, la cosa fue a mayores cuando el presidente le espetó a Sánchez «el PSOE estaba mucho mejor con Rubalcaba». A Sánchez se le atragantaron las palabras porque no perdonaba a su predecesor que le ocultara la abdicación del Rey Juan Carlos. Dicen los «malintencionados» que Rubalcaba no se fiaba de que Sánchez supiera mantener las formas.

Así, Sánchez, antes de las navidades de 2014 calificó las medidas del Gobierno como «franquistas» y dijo que su presidente era el «más retrógrado de la historia española porque legisla para la derecha más extrema». Rajoy le respondió con vehemencia en esa sesión parlamentaria pero no le llamó «bobo solemne» ni «indigno sin límites». Esas carantoñas se las había dedicado apenas dos años antes al presidente Zapatero. Rajoy prefirió esperar a repartir leña en el debut de Sánchez en el debate sobre el Estado de la Nación. Corría febrero de 2015 y Rajoy tras la intervención de su «colega» Sánchez le lanzó un dardo emponzoñado: «no vuelva más por aquí. Ha sido patético». Sánchez no se achicó y subió la escalada «ustedes son los que no tienen vergüenza».

A medida que se acercaban las elecciones, el lenguaje empeoró. Fueron duras las elecciones municipales y autonómicas, la dura polémica sobre el caso Bárcenas y el sms de Rajoy «Luis, sé fuerte», pero en el umbral de las elecciones del 20-D las pocas esperanzas existentes sobre armonía y empatía se desvanecieron. Manuel Campo Vidal moderaba el «cara a cara» entre los dos candidatos. Las caras enjutas y el tono agresivo hacían prever lo peor, pero la realidad superó a la imaginación. Sánchez rompió todos los moldes al afirmar que «el presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es». La reacción de Rajoy fue airada «hasta aquí hemos llegado», frase que acompañó con unas «cariñosas» respuestas dirigidas a Sánchez: «ruin, mezquino, deleznable».

A partir de aquí la cosa ha ido a peor. Sánchez encajó muy mal las chanzas de Rajoy en su sesión de investidura del mes de marzo. Tan mal que ayer le recordó unas cuentas y sacó todo un listado de «zascas» contra la gestión del ahora candidato. Algunos cronistas citan más de 50 «mandobles» de Sánchez, algunos significativos: «afortunadamente hay vida después del señor Rajoy», «no tiene ninguna credibilidad» o «si fuera coherente votaría en contra de su propia candidatura». Rajoy se quedó con las ganas de desfogarse porque pretendía sus votos, pero le zumbó una torta con la mano abierta «si soy tan malo, cuánto de malo es usted, ¿pésimo?». Los dos se quedaron a gusto. Ahora ya son enemigos íntimos.