Martín Prieto

Retrato al minuto de alcaldesa

La Razón
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Los cien días de gracia concedidos a un mandatario no proceden de la politología, sino de un truco del presidente Franklin Delano Roosevelt para encarrilar la gran depresión del 29 sin discusiones bizantinas. Ofreció a cambio que cada día de tregua firmaría un decreto para aliviar el terremoto social y recuperar la bolsa de valores. Las críticas vendrían después, pero los periodistas no podrían tras ese lapso pisar la manguera presidencial. Un poco paletos, hemos copiado esa anécdota. Ni doña Manuela Carmena ni ningún político es acreedor a ese beneficio trasatlántico. Además, la alcaldesa de Madrid dijo en su toma de posesión (por delegación legítima) lo dicho en campaña: un compendio de buenistas naderías, la mayoría incompatibles con sus funciones. Un paso adelante y otro atrás es la marcha nupcial con el cargo de esta agradable dama, recadera a su vez de Pablo Iglesias. A Ana Botella se le caían los árboles y se pidió su dimisión; a Carmena se le caen las casas habitadas mientras se solaza en los espacios más caros de Cádiz. Manuela Carmena es un leve referente para genereaciones antifranquistas y debió hacerse comunista porque no había otra oposición que el PC y posteriormente CC OO. Para esta central montó el ensangrentado bufete de Atocha. No le gustaba el folclore comunista ni accedió a la dirección del partido; fue (y es) una de aquellas progres poco duchas en la ilustración progresista española, pero ansiosa de libertades. Como jueza siguió los pasos de Concepción Arenal y Victoria Kent, excarcelando a terroristas que reincidieron o asegurando que no mediando sangre nadie debería ir a prisión. Con todos los respetos nunca la jueza fue luz del Derecho, pero su veraneo con la casa más conspicua es otro desliz. Es difícil ser hija de terratenientes y arreglar el mundo sólo con accesibilidad de utópicas bondades. En las playas exclusivas no se puede llorar por los desahuciados.