Criminalidad

Se busca alunicero

La Razón
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Alucinando con los aluniceros. Sin duda, la profesión del futuro, la que más salida tiene. Sólo hay que echar cuentas de algunas «vidas ejemplares». La muerte de Francisco Javier Martín Sáez, conocido como Niño Sáez, asesinado de tres tiros en la calle de su barrio cuando regresaba de una noche de juerga, nos ha abierto los ojos. A sus 36 años ya tenía más de 50 millones de euros, numerosas propiedades en España y en Marruecos, compartiendo vecindad con el rey del país, y hacía turismo en Cancún antes de ser detenido para ser devuelto a la calle en menos de 24 horas. Va a ser verdad que quien no encuentra trabajo es porque no quiere, y los que no amasan una fortuna considerable antes de los 40 es porque andan muy torpes. Claro que sabemos que no es verdad pero, como dicen los abogados y los periodistas mediocres, no importa la verdad sino lo que parezca verdad. Y sobre eso vivimos todos. Algo falla en una sociedad cuando alguien con un currículo delictivo con 40 detenciones, acusado de 22 delitos, 20 años delinquiendo como butronero, alunicero, reventador de cajas de seguridad y profesional de «vuelcos», nada en la abundancia de millones. Exceptuando África y la mayoría de los países árabes, tenemos la ley más ventajosa para los malos y más hiriente para las víctimas. Aquí robas millones de euros y te paseas por la calle, pero robas un bicicleta y no sales de prisión ni a empujones. Aquí llamas asesino psicópata o zorra a una persona y el juez lo ampara en la libertad de expresión, pero escribes un aquereso y desafortunado tuit, y el juez impone años de cárcel. De los países desarrollados y las democracias asentadas, tenemos los peores legisladores, jueces y fiscales. Tarde, mal y nunca: así legislan, así juzgan y así sentencian. Jueces enredados en puertas giratorias y destinos de oro, fiscalías anquilosadas en el mantra «de qué se trata que me opongo», dedicadas a actuar de oficio contra una familia sin recursos que roba comida caducada de un contenedor, y legisladores embrollados en guerrillas de intereses creados, contando los días en los que trabajan para exigir las dietas. No es que vayamos mal. Es que nos llevan fatal.