Tenis

Alfonso Ussía

Xisca

La Razón
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Con independencia de su belleza, su atractivo, su clase, su serenidad y su buena educación, Xisca Perelló, la novia de Rafa Nadal, es muy responsable de habernos devuelto a nuestro gran campeón, sin duda alguna, el mejor deportista español de la historia. Rafa Nadal no es amigo de exteriorizar sus sentimientos personales, pero lo primero que hizo cuando ganó la última jugada de su noveno triunfo en Montecarlo fue acudir al palco de los suyos y besar a Xisca, que hacía toda suerte de esfuerzos para no dejar que las lágrimas regaran sus ojos, esfuerzos que fueron, a Dios gracias, vanos e inútiles. Porque Xisca ha estado junto a Rafa en su formación, en su esplendor, en sus victorias y en sus nubes. Pero también en sus esfuerzos, en sus lesiones, en sus derrotas, en sus tristezas y en sus dolores.

Establezco comparaciones entre Xisca y otras mujeres de grandes campeones del tenis, y me da la risa. Ahí está ella, cada día que pasa más guapa y sonriente, haciendo gala de una sencillez y un saber estar que para sí quisieran casi todas las mujeres que le sobrevuelan en los protocolos. Comparar la emoción de Xisca con la frialdad del lenguado sudafricano que se sienta al lado del príncipe Alberto de Mónaco es como equiparar el Himno Nacional de España, nuestra Marcha Real, con «Paquito el Chocolatero», que no sé a ciencia cierta si es Paquito, pero estoy seguro de su condición de chocolatero, dignísima por otra parte. Y comparar a Xisca con la mujer de Federer, a la que se le ha puesto expresión de cajera de su propio Banco, o con la de Murray, que es más sosa que un fletán con problemas familiares en la infancia, o con la de Djokovic, que ni me acuerdo de ella, no tiene color. Porque Xisca es la base fundamental de Rafael Nadal y, por ello, es el soporte de la ilusión y el orgullo de millones de españoles y de aficionados al tenis de todo el mundo que celebran la recuperación del señorío y la deportividad. Rafa, sin ella, sería un campeón, pero no tan campeón como lo es a su lado.

En unas pocas lágrimas, las que dejó escapar cuando Rafa ganó la última bola de Montecarlo, se resume el amor, la paciencia y el sacrificio de una mujer prodigiosa que sabe estar siempre en su sitio. Me hizo tanta ilusión el noveno «Montecarlo» de Rafa, como la emoción de Xisca y la expresión de desencanto del lenguado de Ciudad del Cabo y de su nada simpático esposo, que fueron sorprendidos en diversas ocasiones por las cámaras de televisión lamentando la derrota de Monfils, un grandísimo y valiente tenista, escrito sea de paso.

Rafael Nadal no es un gran deportista más. Es el gran deportista español por definición. Admirado y querido como pocos. Calumniado y envidiado por algunos que no quieren reconocer su portentosa trayectoria tenística y humana. No creo en el tópico que asegura que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Estimo que el hombre grande se hace en su soledad, y alcanza una dimensión insuperable cuando una gran mujer está, no detrás de él, sino a su lado y en el mismo plano. Rafa Nadal es insuperable porque tiene a su lado a la mujer precisa, síntesis de la armonía que necesita para seguir siendo el campeón y el orgullo de España.

Doña Xisca Perelló: Permítame que me descubra a su paso, roce las plumas que adornan mi chambergo por el suelo y le grite, aún sabiendo de su timidez y discreción, lo que quieren gritar conmigo millones de españoles. Después de consultar con ellos, con los millones de españoles, quedo autorizado por ellos trasladarle el brevísimo texto de gratitud y júbilo que usted merece. Xisca... ¡Gracias de corazón!