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La hora de los pactos

La Razón
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Salvo en casos excepcionales, en una democracia, lo lógico es que gobierne el partido que más votos ha obtenido en las urnas. Es una convicción que mantiene la mayoría de los ciudadanos, que suelen castigar en las urnas a los partidos que forjan alianzas de perdedores, sin importar los programas o las diferencias ideológicas. El hecho de que unos sufragios con un destino claro para el elector que emite su voto acaben apuntalando a otro candidato, no sólo crea gobiernos sin empuje político, lastrados en su ejercicio por los compromisos adquiridos, sino que esteriliza la función de las nuevas formaciones minoritarias y, a la larga, consolida el tan criticado bipartidismo. El asunto alcanza toda su trascendencia ante las próximas elecciones locales y autonómicas del 24 de mayo, cuyos resultados, de cumplirse los sondeos de intención de voto, se prevén más fragmentados que de costumbre a raíz de la aparición, que muchos creen meramente coyuntural, de dos partidos emergentes como Podemos y Ciudadanos, que tras el descalabro andaluz de Izquierda Unida, –que ha pagado el pacto que permitió al PSOE mantener el Gobierno de la comunidad pese a su derrota en las urnas–, se encuentran en la tesitura de facilitar con su abstención la presidencia de la Junta a la candidata socialista, en la sesión de investidura que comienza mañana en el Parlamento de Andalucía. Es el calendario, más que la afinidad ideológica –puesto que tanto Podemos como Ciudadanos se enmarcan en el espectro de la izquierda–, el que puede condicionar unos acuerdos que, sin duda, influirán en el ánimo de sus potenciales electores en el resto de España. En Podemos, porque desvirtúa su discurso de una nueva política y en Ciudadanos, porque le retrata ante los votantes descontentos de centroderecha, como lo que es, un partido socialdemócrata, por más que mantenga una ambigüedad calculada para captar votos en los feudos del PP. Pero también el calendario, en este caso el que nos lleva hasta las elecciones generales del próximo mes de noviembre, puede favorecer a los populares por cuanto reduce la capacidad de llegar a acuerdos postelectorales para la composición de los ayuntamientos y gobiernos autónomos. Porque si bien en el PSOE se muestran partidarios de reeditar el «todos contra el PP», disfrazado de «acuerdo de progreso», la experiencia de antiguos pactos puede aconsejar a los partidos minoritarios aplazar la invitación para no verse lastrados en las urnas, lo que, como hemos apuntado, y creen en Moncloa, facilitaría, al menos de momento, que el PP gobernase en los municipios donde obtenga la mayoría, que sería lo más adecuado en toda circunstancia. En cualquier caso, los pactos deberían incluir el compromiso de responsabilidad compartida en la gestión. De lo contrario, se convierten en un simple instrumento contra el adversario ideológico.