Joaquín Marco

Lo que no pudo ser

La Razón
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El pasado miércoles la clase política española certificó que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, axioma popular que traducido matemáticamente equivale a demostrar que A es igual a A. El rostro de los ciudadanos reflejaba la consecuencia del espectáculo televisivo-político que ha venido desarrollándose durante más de cuatro meses, porque nuestros representantes ni siquiera habían aprendido a pactar. La victoria, si cabe hablar de alguna, le corresponde a un calculador Mariano Rajoy que ha demostrado cómo las fuerzas políticas de la izquierda se embarraban en un combate que se sabía perdido de antemano. El televisivo esfuerzo de Sánchez y Rivera y sus trascendentales acuerdos requerían, ay, la abstención de Podemos, fuerza que se distingue por claros postulados: convertirse en hegemónica y alcanzar poder. Ciudadanos, equidistante y aparentemente fiel al PSOE, pasó a convertirse en un freno que situaría a los socialistas en un imaginario centro. El presidente en funciones se encuentra en campaña electoral desde el día en el que se hicieron públicos los resultados electorales y comprobó que había perdido uno de cada tres votantes que le habían permitido una cómoda mayoría absoluta. Pero por debajo de las encuestas que se han ido prodigando –y las que vendrán– se percibe el desengaño o cabreo de los votantes, como advirtió Patxi López. Es posible que nuestros políticos ignoren y hasta desprecien el valor de un tiempo que va dejando sus huellas en la vida colectiva que estamos forjando día a día con escasas alegrías. No vivimos, ilusionados, la transición de una dictadura a la democracia, sino que salimos del gobierno de un partido elegido democráticamente para ir al ámbito forjado en otras elecciones. La izquierda, como ya es tradicional, se ha mostrado fraccionada, cainita e incapaz de renunciar a sus egos. Rajoy ha reiterado la idea de la gran coalición PP y PSOE, dirigida por él mismo y ha asegurado que no va a cambiar un programa que le permitió ganar las elecciones, aunque no contar con los votos y escaños necesarios para ser investido.

Por otra parte, Pedro Sánchez, pese a los cantos de sirena que intentan todavía convencer a Susana Díaz para que abandone su feudo andaluz y presente su candidatura a unas primarias previas a las elecciones del 26 de junio, repetirá como candidato y ha asegurado que no va pactar con el PP de Mariano Rajoy, aunque ya ha reconocido que fue un error tildarle de «indecente» en aquel cara a cara televisivo. Los posibles movimientos se plantean también desde un Podemos, no menos debilitado por las veleidades de sus socios periféricos y sus dos almas, partidario ahora de apoyarse en una IU que cuenta con un organizado aparato. Estos cuatro meses de interinidad no han sentado bien a la mayoría de los partidos nuevos o viejos. Incluso el rocoso PP ha mostrado grietas y nuevas corrupciones. Tal vez a medida que transcurra la interminable campaña que se avecina podremos ir valorando la corrosión que supone el desengaño de los votantes con aquel partido que había logrado convencerle. La abstención vendrá a convertirse, se supone, en protagonista de unas elecciones que no cabe entender como segunda vuelta, sino como el resultado de un sonoro fracaso político. No han sido los electores quienes han fallado al elegir un abanico tan amplio de opciones, sino los elegidos quienes no han podido o sabido conjugar la polifonía de lo que la mayoría entendía como cambio pese a que su naturaleza nunca llegara a precisarse. La repetición electoral va a ofrecernos posiblemente los mismos protagonistas e idénticos programas y es posible que parecidos resultados. Entretenidos en estas cuestiones domésticas tal vez convendría meditar sobre las elecciones que los austríacos celebraron el pasado día 24. El euroescéptico y xenófobo Norbert Hofer, del Partido de la Libertad (FPÖ) obtuvo el 35,3% de los votos frente a una coalición de socialdemócratas y populares que empataron con un 11,2% de votos. Alexander van der Bellen, candidato de Los Verdes (DG) se colocó en segundo lugar con un 21,3%.

El Gobierno de Viena se sitúa, pues, en la extrema derecha, siguiendo una ya larga tradición. Y vuelve a la actualidad aquel chiste de los años cuarenta del pasado siglo en el que se decía que los austriacos eran tan inteligentes que habían hecho creer a todo el mundo que Adolf Hitler era alemán. Pero los desplazamientos políticos en Austria no quedan tan lejos de otros países que observan con miedo o preocupación el problema de la migración o el envejecimiento de una población incapaz de asumir liderazgos, ni siquiera morales, en un mundo que se rejuvenece en otros continentes. Esta gran coalición con la que sueña Mariano Rajoy puede dar paso a un gran vacío que, a la izquierda, ahora pretende llenar Podemos cuya pretensión no es otra que convertirse en único referente de la alternativa de gobierno o gobierno mismo si tuviera oportunidad. Estos partidos jóvenes, empujados por jóvenes, poseen audacias que pueden observarse desde ambos lados del espectro político. En las pasadas elecciones lograron una victoria: acabar con el bipartidismo. Si las fuerzas tradicionales no consiguen convencer al voto joven cualquier pacto puede ser, a medio plazo, provisional: el PSOE acabaría como el PASOK y el PP, fraccionado y más derechizado. España se observa de nuevo como laboratorio de transiciones en el conflictivo sur de Europa.