Rafael Fernández

No es país para viejos

Las enfermedades, la salud mental, los problemas sociales y económicos atenazan a los ancianos. Las diferencias van por continentes, sin que en ninguno se logre la plena atención a este grupo social

No es país para viejos
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Las enfermedades, la salud mental, los problemas sociales y económicos atenazan a los ancianos. Las diferencias van por continentes, sin que en ninguno se logre la plena atención a este grupo social.

No vamos a mejor. Por más que las campañas publicitarias insistan en que hacerse mayor, envejecer, es una «nueva oportunidad» para vivir mejor. O eso tan manido de que los 70 son los nuevos 50, la realidad es la que es: a la tristeza por la cercanía de la muerte, convivir con la enfermedad o el aislamiento social se suma la pérdida de la independencia, soledad y angustia que lleva aparejado el cumplir años.

De hecho, la salud mental influye en la salud del cuerpo, y a la inversa. Por ejemplo, los adultos mayores con enfermedades como las cardiopatías presentan tasas más elevadas de depresión que quienes no padecen problemas médicos.

Por el contrario, la coexistencia de depresión no tratada y cardiopatía en una persona mayor puede empeorar esta última. Si a eso se suma una mala situación económica, estar desatendidos, la bomba de relojería existencial está servida. No es difícil saber que países donde los sistemas sociales funcionan –o en su defecto, la familia, como en las sociedades mediterráneas, es una institución que arropa–, los ancianos pueden seguir manteniendo una cierta calidad de vida.

Frente a ellos, es obvio que regiones del planeta como África, Centroamérica o el sudeste asiático arrastran una pésima atención a sus mayores. Además de estos, entre otros países, la guerra hace estragos. Verbigracia Afganistán o Yemen.

En estos estados ni la demencia, ni la depresión ni el alzheimer tienen ocasión de desarrollarse. Los posibles pacientes fallecen mucho antes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) organizó en marzo de 2015 la Primera Conferencia Ministerial sobre la Acción Mundial contra la Demencia, con la que se fomentó la concienciación sobre los retos económicos y de salud pública que plantea la demencia y se trató de entender mejor las funciones y responsabilidades de los Estados miembros y de otras partes interesadas. Unos planteamientos loables, pero en muchos casos difíciles de llevar a cabo ante la necesidad de que estén provistos de un respaldo económico y financiación.

La bomba de relojería de la que hablábamos está ahí: entre 2015 y 2050 la proporción de la población mundial mayor de 60 años se multiplicará casi por dos, pasando del 12% al 22%. Ahí estaremos. O no.