Alumnos

Soy superdotado y he sufrido acoso

Víctor fue víctima de la crueldad de sus compañeros de clase durante dos años. Dejó de ir al colegio, padeció depresión y, aunque aún lucha contra las secuelas, empezará la universidad este año.

A los 12 años detectaron que Víctor era un alumno con altas capacidades
A los 12 años detectaron que Víctor era un alumno con altas capacidadeslarazon

El próximo enero, Víctor –nombre ficticio– comenzará a estudiar la carrera de Física en una universidad estadounidense. Se muere de ganas de empezar las clases. Podría decirse que es un final feliz, pero lo más correcto es decir que se trata de un comienzo. Víctor partirá de cero, después de cinco años erráticos. Este joven de 17 años es superdotado, una cualidad que puede ser una bendición, o en su caso, y por motivos ajenos a él, una fuente de problemas. Vecino de una localidad del norte de España, durante dos años estuvo sufriendo acoso escolar. Y aún hoy lucha por superar las consecuencias.

A los 12 años todavía no había sido detectado como alumno de altas capacidades. Por aquel entonces le encantaban los aviones. Había visitado muchos países. Ya leía periódicos. Incluso a Stephen Hawking, y admiraba al empresario Elon Musk. Su juguete favorito era un telescopio. Todo aquello lo encontraba apasionante. Y le encantaba compartir esas aficiones con sus compañeros de aula. Mejor dicho: buscaba a alguien con quien hablarlo... o al menos lo intentaba. Incluso sus amigos le miraban con «cara rara», como diciendo: «¿De qué coño hablas?». «Todo se intensificó en Secundaria», relata Víctor a LA RAZÓN. «Fue con el cambio del colegio público al instituto. Las clases estaban llenas de repetidores, con chicos con dos años más que yo». Si el cambio de Primaria a ESO suele ser traumático para un alumno, en el caso de un niño superdotado, rodeado ahora de nuevos compañeros, podía llegar a superarle. Empezaron las burlas, los insultos, los amagos de puñetazos y, finalmente, la agresión física. «Yo me sentaba al lado de la puerta», recuerda Víctor. «Se me cayó un lápiz y el “malote” de la clase la vio entreabierta y me golpeó con ella tan fuerte que se saltaron las bisagras. Al final, nos hicieron pagar la puerta entre los dos. Fueron 30 euros. Me sentí frustrado... y muy cabreado», añade. Ya venía sufriendo «bullying» durante un tiempo, pero el accidente de la puerta provocó que sus padres se enteraran. «No se lo dije porque, en parte, me echaba yo la culpa: ‘‘Debería ser más discreto’’, ‘‘debería levantar menos la mano en clase’’.. Buscaba encajar constantemente».

Las burlas no vinieron sólo por parte de los alumnos; también de sus profesores. Por aquel entonces, Víctor era más corpulento. Por si no tenía bastante, su profesor de gimnasia se sumó a llamarle gordo «en dos ocasiones y delante de gente». Y, por supuesto, le suspendía. Por todo ello, ir a clase se convertía en una pesadilla. «No quería ir. Me quedaba en la cama, me hacía el dormido», recuerda. Y en su instituto no recibía ninguna ayuda. «Me decepcionaron. El centro no hacía nada. Decían que no podían expulsar a un alumno. Ponían excusas y miraban hacia otro lado». Y, como Víctor reconoce, llegó el momento en que se «rindió». Abandonó el instituto. Sin embargo, estaba muy lejos de dejar sus problemas atrás.

Desgraciadamente, su caso no es aislado. Carmen Sanz Chacón, presidenta de la Fundación El Mundo del Superdotado –elmundodelsuperdotado.com–, organización que ayuda a fomentar el talento de los jóvenes con altas capacidades, afirma que «el 75% de los chicos que vemos nosotros ha sufrido alguna forma de acoso escolar: implícita, sobre todo con aislamiento, exclusión... o explícita, con golpes, insultos, etc.». «Cualquier persona que sea diferente es una posible víctima de acoso. Y los superdotados tienen gustos diferentes: leen otros libros, ven otras películas, juegan a otras cosas... Además, son más avanzados en lo que respecta a la mentalidad. Un niño con 8 años tiene una cabeza de 11. Se van convirtiendo en niños distintos. Y si además sacan buenas notas, llaman más la atención», añade.

El problema, señala la experta, es que existe una «falta formación por parte del profesorado». Y es que, «si se identifica a un niño como superdotado y se les explica por qué es diferente, el acoso puede desaparecer». No hablamos de un número pequeño de víctimas potenciales: hay identificados unos 20.000 niños con altas capacidades en España. Pero, si la detección por parte de los colegios fuera la adecuada, deberían ser unos 160.000.

En el caso de Víctor, lo peor estaba por llegar. Se fue a estudiar a EE UU. Allí empezó cuarto de la ESO. «Quería irme de aquí, pensando que el problema se iba a solucionar», dice. Pero se equivocó. No sufrió acoso, pero no estaba a gusto. Sus compañeros eran muy reservados. Sufría pesadillas relacionadas con el «bullying», se levantaba de la cama, temblando... «Veía que allí no funcionaba». Se volvía de EE UU a España con frecuencia porque necesitaba estar en casa. Se encontraba perdido, desorientado. Le diagnosticaron depresión. Su peor momento, afirma, fue cuando regresó a nuestro país y se matriculó en un instituto de otra localidad. No estudiaba ni para los exámenes. Apenas fue a clase. No podía salir de casa.

Como recuerda Chacón, las víctimas de acoso padecen una suerte de estrés postraumático. «Son más proclives a sufrir una depresión, y se une en un bucle con la ansiedad. Sufren problemas de pareja, en el trabajo...», explica. Y es que es frecuente que estos niños sientan que «no encajan, lo que les afecta a la autoestima. En el acto padecen muchísimo, no entienden qué ocurre ni por qué se les está atacando».

Víctor descubrió que era superdotado curioseando en internet. Fue el año pasado, leyendo un artículo en el que describían las aptitudes de personas con altas capacidades. Se hizo el test y superó el 130 de cociente intelectual. Entonces decidió ir a la Fundación en busca de ayuda. «Me han enseñado que las personas superdotadas se imponen muchas exigencias: te pones las expectativas muy altas y, si crees que no vas a llegar tan alto, ni lo intentas. Tanto en el plano académico como en el social. Te frustras, te rindes y te aislas. Por eso, muchos superdotados no tienen éxito en la vida laboral o académica. Y he aprendido a encontrar una motivación que marque mis objetivos de manera racional: lograr una meta y seguir adelante», explica. Y la encontró. El hecho de no haber acabado el Bachillerato en España no le ha impedido acceder ahora a la universidad en EE UU tras aprobar la «reválida» norteamericana. Además, el pasado agosto siguió un programa en Yale dedicado específicamente a jóvenes superdotados. Mejoró sus habilidades sociales, ha retomado hábitos sanos... Pero, al final, ¿gozar de altas capacidades supone una bendición o un castigo? «A veces llegué a pensar que la felicidad está en la ignorancia, pero cuando estás bien y aprendes a utilizar tus cualidades, sí estoy contento de ser superdotado. Ser inteligente, al final, es poder utilizar esas capacidades para lograr tus objetivos».

Problemas desde los tres años

Los momentos más críticos del «bullying» a chicos con altas capacidades comienzan a la edad de ocho años. De hecho, la Fundación Mundo del Superdotado ya atiende a niños de esa franja por ansiedad derivada de ese acoso. Pero los expertos han llegado a detectar casos incluso a los 3 o 4 años, en plena etapa de Infantil, aunque es cierto que, en esa edad, «se produce más un rechazo que un acoso». Carmen Sanz Chacón señala que «las situaciones más graves se dan en la adolescencia, época en la que necesitamos más a los amigos, tener nuestra pandilla, nuestra referencia. Y si no tienes un círculo de amigos que te apoya, afecta muchísimo al desarrollo de la personalidad». Las víctimas suelen tener dos tipos de reacciones: de forma pasiva –se aislan, se retraen, se muestran tímidos, dejan de sacar buenas notas para no destacar...– o de forma violenta –reaccionan mal y tratan de adaptarse convirtiéndose ellos mismos en los rebeldes de la clase–.