Elecciones en Estados Unidos

Debate, imagen y marca

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Si alguien hubiera pensado en diseñar una campaña de desprestigio de la democracia norteamericana no se me ocurre otra manera mejor que haber fabricado un candidato de cartón piedra, que generara preocupación dentro y fuera de su país y que además pudiera ganar las elecciones. Porque la campaña de las Presidenciales son un fenomenal escaparate a través del cual cada cuatro años los Estados Unidos enseñan su sistema político, propagan su cultura y afirman su grandeza. El problema es que en el escaparate electoral de 2016 aparece sonriendo al público, Donald Trump.

El efecto mediático que tiene el millonario neoyorkino es de tal magnitud, que el primer debate entre los dos candidatos del lunes 26 de septiembre en la Universidad de Hofstra se prevé que sea el más seguido de la historia electoral. Superando así el tirón televisivo de Ronald Reagan y del propio Barack Obama. Y amenazando en la iconografía norteamericana a aquel mítico primer debate en televisión que enfrentó en 1960 a Nixon y al joven Kennedy, a quien catapultó hasta la Presidencia.

La economía y la seguridad serán los temas estrella de un enfrentamiento de pronóstico impredecible en el que Trump tiene mucho que ganar y Hillary mucho que perder. Aunque los seguidores demócratas confían en que la candidata arrebate a la audiencia con sus argumentos sobre los éxitos de la recuperación económica y sobre geopolítica, los más pesimistas son conscientes de que el muro del candidato republicano es infranqueable, cuando pretende hacerse el sordo ante sus rivales políticos. Donald Trump sabe que su fuerza está en alterar, cuestionar, afirmar, mentir y ganar.

Pero la dialéctica de los mítines no es la dialéctica de los debates. Ni las primarias son lo mismo que la captación del voto para convertirse en el dirigente más poderoso del mundo. La audiencia norteamericana vive los debates con pasión. Pero los vive igualmente con atención a los argumentos. La opinión pública en Estados Unidos está habituada a escuchar y emitir un juicio público cuando se ha generado la persuasión adecuada. El rude power de Trump puede verse finalmente doblegado por el smart power de Hillary Clinton.

Aunque así fuera, la campaña no ha terminado. Quedarían otros dos debates televisados y la acción de las redes sociales que a día de hoy pueden convertir lo verdadero en falso. Motivos que deben de advertir a la candidata demócrata de que a mes y medio del 8 de noviembre ya va siendo hora de que Hillary Clinton diseñe su propia marca electoral. Una cualquiera. Pero al menos una para sonreír al lado de Donald Trump.