Europa

Rusia

El ministro, la corista y el espía ruso

Esta semana ha fallecido, a los 75 años, Christine Keeler. Su polémico «affaire» con John Profumo se convirtió en el mayor escándalo político de la Guerra Fría en Gran Bretaña y acaparó todos los titulares de la prensa.

Christine Keeler se convirtió en un icono y hasta se le dedicaron canciones
Christine Keeler se convirtió en un icono y hasta se le dedicaron cancioneslarazon

Esta semana ha fallecido, a los 75 años, Christine Keeler. Su polémico «affaire» con John Profumo se convirtió en el mayor escándalo político de la Guerra Fría en Gran Bretaña y acaparó todos los titulares de la prensa.

Podría haber sido una de las chicas de Ian Fleming, el creador de James Bond, o uno de los personajes de las novelas de John Le Carré. Christine Margaret Keeler murió el pasado 6 de diciembre, a los 75 años, tras protagonizar uno de los casos políticos y sexuales más famosos de la Guerra Fría. Fue en 1963, el año en que Le Carré publicó «El espía que llegó del frío», cuando se destapó el escándalo entre un ministro, una corista y un agente ruso.

Keller era una chica nacida en 1942, en uno de esos suburbios londinenses modestos y tristes. No tuvo una infancia feliz. Su padrastro era un maltratador que abusó de ella. Sin oficio ni estudios, aprovechó su buena planta para trabajar de modelo en el Soho hasta los diecisiete años, cuando se quedó embarazada. No deseaba ser madre, por lo que intentó abortar clavándose una aguja. El niño nació de forma prematura, y murió en el hospital. Keeler consiguió entonces trabajo como «showgirl». En ese ambiente de prostitución conoció al osteópata Stephen Ward, un proxeneta que contactaba a gente de la alta sociedad londinense con chicas. Fue así como se convirtió en prostituta de alto standing y en instrumento del espionaje soviético. Ward era un agente doble que usaba el sexo para controlar a personalidades de los dos lados. Las chicas sacaban información a los funcionarios y Ward se beneficiaba. Christine Keeler fue una más. El proxeneta la llevaba a las orgías y fiestas de la aristocracia inglesa, donde contactaba con el establishment.

Uno de esos días, el 8 de julio de 1961, mientras se bañaba desnuda en la piscina de Lord Astor, en Cliveden, un político se quedó prendado de ella. Así conoció a John Profumo. Era de origen italiano, con un historial de guerra impecable; de hecho, había participado en el desembarco de Normandía y tenía varias condecoraciones. Llevaba a gala ser miembro del Partido Conservador, atesoraba una vida parlamentaria larga, era ministro de la Guerra, casado con la bella actriz Valerie Hobson, y sonaba como sucesor de Harold Macmillan, el Primer Ministro.

La clave soviética

Profumo y Keeler se convirtieron en amantes en 1961. Se veían en un piso de Ward. Pero aquello no era suficiente para este agente doble, y consiguió que la chica sedujera al agregado naval de la embajada soviética, Yevgeny Ivanov. El ruso era un espía conocido. El MI5, el servicio de inteligencia interior británico, quiso ganarlo como agente doble. Lo cierto es que Keeler inició también una relación sexual con el soviético. Al estallar la crisis de los misiles de Cuba, en octubre de 1962, Ivanov pidió a Christine que sonsacara a Profumo toda la información que pudiera sobre la retirada del armamento nuclear norteamericano en la Alemania Occidental.

No era la primera vez que le ocurría a Profumo. Gisela Winegard, espía de la Alemania nazi, directora de la «Oficina de Información Comercial», también modelo, fue su amante entre 1936 y 1944, cuando él ya era diputado conservador en la Cámara de los Comunes. El MI5 ha desclasificado las cartas que le escribió con membrete del Parlamento, y la negativa gubernamental a que Winegard entrara en Gran Bretaña en 1951 porque realizaba chantajes. Profumo supo que era una espía en 1944, cuando fue detenida y encarcelada, pero no pareció aprender la lección.

El trío amoroso entre Keeler, Ivanov y Profumo no podía pasar desapercibido en plena Guerra Fría y con la frecuencia de las fiestas sexuales organizadas en Londres. En una de ellas se enteró el empresario estadounidense Thomas J. Corbally, quien informó al embajador de su país y éste a su vez al Primer Ministro británico. El MI5 comenzó a investigar, pero la verdad apareció cuando los otros dos amantes de la chica, un tal Lucky Gordon y el traficante de drogas Johnny Edgecombe se enzarzaron en una pelea en el piso de Ward. Este último disparó su revólver, lo que llamó la atención de la policía. Las investigaciones concluyeron que Keeler era amante del ministro Profumo y del agente soviético Ivanov. El asunto salió a la opinión pública.

El ministro compareció en el Parlamento en marzo de 1963. La oposición laborista inquirió sobre la relación amorosa con Christine Keeler y lo negó: «Éramos amigos (...) no hubo falta de decoro en nuestra relación». Mientras, en el juicio por la pelea en casa de Ward salía todo a la luz. Keeler fue tildada de prostituta y condenada a nueve meses de prisión por perjurio. Stephan Ward fue encontrado en coma por sobredosis justamente el último día de las vistas, y murió a los tres días. El escándalo y las sospechas crecieron. No solo era una cuestión de infidelidad y moral, algo que dañaba a la imagen de los conservadores, sino de revelación de secretos militares al enemigo.

Icono cultural

Los tabloides ingleses no dejaron el caso, que llenó las portadas. El fotógrafo Lewis Morley la fotografió desnuda en mayo de 1963, y la foto fue publicada por el «Sunday Mirror». Keeler se convirtió en el personaje más famoso del momento, casi un icono cultural, al tiempo que el acoso a Profumo aumentó hasta el punto de hacerse insoportable: dimitió el 5 de junio de 1963. A la mentira en sede parlamentaria se unía la falta de confianza y, por qué no decirlo, la estupidez de un ministro de la Guerra. Unos meses después, en octubre, Macmillan cesó, y en 1964 el Partido Laborista ganó las elecciones.

Profumo dejó la vida política y se dedicó a obras de caridad. Isabel II lo rehabilitó en 1975 al condecorarle por su labor social, y veinte años más tarde lo sentó a su derecha en un acto de homenaje a Margaret Thatcher. Tony Blair lo reincorporó al Consejo Real del que había sido expulsado en 1963. En esos años, intentó recuperar la relación con Keeler, quien le rechazó. Murió en marzo de 2006.

(John Profumo y Yegeny Ivanov)

Pero aquí no acaba la novela. Ivanov volvió a la URSS en diciembre de 1962 porque ya había realizado su trabajo. En el tiempo en que eran amantes de Keeler, Ivanov había estado en casa de Profumo. Un día fue recibido por Valerie, su esposa, quien le tuvo esperando en el despacho del ministro. El motivo es que Profumo y el ruso se habían hecho amigos. Allí, según cuenta el historiador Jonathan Haslam, fotografió documentos secretos sobre el X-15, un avión espía experimental, y la estrategia norteamericana en Europa. Ya en Moscú, Ivanov cayó en el alcoholismo, y escribió unas memorias tituladas «The naked spy» (1992), que fueron censuradas.

Poco antes de morir, en 1993, Ivanov concertó una cita con Christine en Moscú. Ella acudió, cosa que había negado a Profumo. Habían pasado muchos años, el muro de Berlín había caído, al igual que la URSS, y la Guerra Fría era objeto de historiadores. Cenaron juntos, sin más. El ruso pidió perdón por haberla utilizado para el espionaje, y ella lo aceptó. No en vano, Keeler había negado su espionaje en su libro «Nothing but...»(1983), y acusó al Servicio Secreto de sacrificar a Profumo para ocultar su terrible fallo de seguridad. Es posible. Quizá no fue casualidad que en aquel tórrido año de 1963 se estrenara la película de James Bond, «Desde Rusia con amor».

El resto de la vida de Christine Keeler se hunde en el más estricto de los anonimatos. Después de un fulgurante éxito en los sesenta, una época en la que su imagen resultó frecuente en los medios de comunicación, pasó a un segundo plano. Su resurrección fue durante los años ochenta, cuando, con el 20 aniversario del escándalo y la publicación de un libro en el que revelaba aspectos poco conocidos de ella, recuperó parte de su protagonismo. En estas décadas, ella tuvo dos hijos de dos parejas distintas y, admitió en alguna entrevista que recibió dinero a cambio de sexo, algo por lo que, confesó, no se sentía demasiado orgullosa. Su muerte la ha vuelto a colocar en el centro de todas las miradas y ha recuperado una época en que el sexo y el espionaje parecían ir de la mano. Esta semana su cuerpo sin vida apareció en su casa. Lo encontró uno de sus descendientes y la noticia de su desaparición saltó inmediatamente a los diarios y las televisiones. Ella se convirtió en el vivo retrato de la mujer intrigante, alrededor de la cual se movían algunos de los hombres más relevantes de su época y, también, secretos de los que dependían muchos estados.

Un escándalo que se convirtió en un filón de la cultura pop

El mundo de la cultura vio un filón en aquel escándalo que unía sexo, política y espionaje. Lewis Corwell la fotografió en una silla réplica de un diseño del danés Arne Jacobsen, que fue publicada por toda la prensa y ahora se llama «silla Keeler». Aparecieron canciones que hacían referencia a Christine o a su caso, como las de The Kinks (1973), Al Stewart (1973) o Pet Shop Boys (1988). El escritor de ciencia ficción de humor Harry Harrison bautizó en 1993 la nave de Bill, su personaje emblemático, como «Christine Keeler». También llegó al cine, con la cinta «The Keeler affair. Scandal in the Cabinet», de Robert Spafford, estrenada en noviembre de 1963 en todo el mundo menos en Gran Bretaña, y luego, ya asumido el tema, la británica «Scandal» (1989). El compositor y empresario musical Andrew Lloyd Webber llevó a escena en 2013 un musical centrado en Stephen Ward, presentándolo como cabeza de turco. Un año antes, Keeler había publicado su último libro, titulado «Secrets and Lies», el sexto sobre el mismo tema desde que apareció su «Sex Scandals» en 1985. Ninguno de sus testimonios ha sido publicado en España.