Actores

El viaje a la madurez de Juan Antonio Bayona

El «rey Midas» del cine español estrena en San Sebastián la esperada y emotiva «Un monstruo viene a verme», una fábula psicológica sobre la pérdida, la culpa y la aceptación de la verdad

Sigourney Weaver, ayer, recoge el Premio Donostia de manos del realizador Juan Antonio Bayona
Sigourney Weaver, ayer, recoge el Premio Donostia de manos del realizador Juan Antonio Bayonalarazon

El «rey Midas» del cine español estrena en San Sebastián la esperada y emotiva «Un monstruo viene a verme», una fábula psicológica sobre la pérdida, la culpa y la aceptación de la verdad.

En «Duelo y melancolía», Freud hace una distinción sagaz sobre la actitud a la hora de afrontar la desaparición de un ser querido: en el duelo, nos desprendemos de los muertos, los dejamos ir; en la melancolía, permanecemos aferrados, viajamos con ellos y no les soltamos ni un segundo la mano... Tomar uno u otro camino determina nuestra vida, los afectos futuros, moldea de una u otra manera el carácter. Pero, ¿qué sucede si esa decisión crucial e instintiva hay que adoptarla en esa edad en que somos lo suficientemente mayores como para entender que algo va mal pero no tanto como para comprenderlo todo? Ésa es la tesitura de Connor O’Malley. Y ése es el nudo gordiano que J. A. Bayona («Jota» para los amigos) trata de desenredar en «Un monstruo vie-ne a verme», una cinta que aspira a atrapar por el gaznate con ese mismo lazo al espectador y remover desde muy dentro conceptos latentes en todos nosotros como la culpa, el dolor, el miedo, la liberación, el remordimiento... «Todos intentamos encontrar quiénes somos y todos somos una amalgama de miedos y monstruos», dice Bayona. Su película es una oda a la contradicción que nos habita, esa en la que vive Connor: la necesidad de saber la verdad y la repulsa de la realidad. A sus 11 años, el joven (interpretado meritoriamente por el primerizo Lewis MacDougall) intenta asimilar una cada vez más probable pérdida de su madre (Felicity Jones), enferma de cáncer, al mismo tiempo en que se enfrenta al «bullying» en la escuela y a la llegada de una abuela (Sigourney Weaver) inflexible, encargada de acogerlo. En ese contexto, este chico creativo y soñador, empieza a recibir la visita de un monstruo salido del tejo que se ve desde la ventana de su casa. Esta colosal figura de ramas intrincadas será el encargado de guiarle a través de un mundo de alegorías hasta la catarsis final, la reconciliación de los opuestos. «Más que la relación madre-hijo o la idea de la muerte, lo que me interesaba era el concepto de la verdad, que es el centro de la historia –señala el director–. La enfermedad obliga a los personajes a enfrentarse a ella, a ser capaces de expresarla».

Pero, ¿dónde encontrar la palabra sanadora o los arrestos para asumir que quizás estamos rechazando lo que, sencillamente, no podemos tolerar? «Me interesaba esa dialéctica del sí y el no en un mundo en que se les dice a las masas que todo es blanco o negro. Hay que decir que se puede ser a la vez blanco y negro. Y es en esa idea de contradicción donde se revelan los seres humanos. Por eso Connor no quiere saber la verdad, sino sólo que le cuenten lo que quiere oír». Para ello invoca al monstruo. Pero su propia fantasía va más allá de sus deseos. En el interior, pugna por emerger un nuevo Connor. La madurez. «Te haces adulto cuando te das cuenta de que eres un individuo complejo que puede vivir con contradicciones», asegura Patrick Ness, autor de la novela en que está basada la cinta.

El director adecuado

«Un monstruo viene a verme», que se estrena en cines el 7 de octubre, es a la vez una fábula y su réplica. Un cuento para quien «sabe todos los cuentos», que diría León Felipe. Y es que el borrador original pertenece a Siobhan Dowd, una escritora de novela infantil que, tras ser diagnosticada de cáncer decide, según Bayona, «escribir un libro para explicarle a los niños el sentido de la pérdida». Patrick Ness culminó la novela, que alcanzó un éxito considerable. Y sólo cedió los derechos cuando llegó un director que podía captar la esencia del relato. Ése fue, es, Bayona, el «rey midas» del cine español actual. Tras el colosal éxito de «Lo imposible», la película más taquillera de nuestra cinematografía, este catalán de raíces andaluzas andaba buscándose a sí mismo: «Estaba interesado en saber qué había funcionado de mis anteriores películas y, al mismo tiempo, leyendo libros sobre el significado de las historias, obras de Joseph Campbell, Bruno Bettelheim... Y vino a verme esta historia. Me gustó la analogía de Connor en busca de la verdad con mi necesidad como director de encontrarla». Así, sin premeditación, dio con la tercera pata de esa suerte de trilogía de la maternidad y la pérdida que son «El orfanato», «Lo imposible» y «Un monstruo viene a verme».

Aunque la pericia técnica y el uso de las nuevas tecnologías es una de las bases de su filmografía, Bayona ha conectado con un universo atávico y mítico a través de las acuarelas infantiles que animan las historias que el monstruo le cuenta a Connor. Todo ello combinado con un Liam Neeson (el monstruo) «desfigurado» mediante el «motion capture» para ser este hombre-tejo de grandes dimensiones y voz cavernosa. «Hay algo de vuelta a los orígenes en la película –reconoce el autor–, a lo primario, a la pureza». Y, de fondo, sí, la emoción. Hasta las lágrimas. Muchas hubo ayer en San Sebastián. Tantas, que un pequeño grupo de la crítica se rebeló contra un cine que, opinan, apela de manera directa al lagrimal. «Creo que la película necesita esa catarsis y que la emoción es el bálsamo. Llorar no es malo, cura. Pero más que la emoción me interesa la impresión, el poso que deja en el público», dice Bayona.