Literatura

Literatura

La foto que costó 2.267,60 pesetas

Ni aquel encuentro salió del bolsillo de Ignacio Sánchez Mejías ni la famosa instantánea se tomó en el Ateneo de Sevilla, pero, leyendas aparte, esta imagen de la que se desconoce el autor es la más influyente de la poesía española a pesar de que no estén todos los que fueron en aquella generación irrepetible de escritores

Un montaje de la famosa foto del 27, en el interior de la institución sevillana
Un montaje de la famosa foto del 27, en el interior de la institución sevillanalarazon

Ni aquel encuentro salió del bolsillo de Ignacio Sánchez Mejías ni la famosa instantánea se tomó en el Ateneo de Sevilla, pero, leyendas aparte, esta imagen de la que se desconoce el autor es la más influyente de la poesía española a pesar de que no estén todos los que fueron en aquella generación irrepetible de escritores.

Se trata de la más famosa foto de la historia de la Literatura en España. Realizada el 16 de diciembre de 1927, en Sevilla, representa el acto fundacional de la Generación del 27 y se ha reproducido en centenares de miles de páginas de enciclopedias, manuales y libros de texto. Sobre esta instantánea, no obstante, caben los interrogantes. ¿Quiénes fueron los personajes inmortalizados? ¿Eran todos los que estaban? ¿Estaban todos los que fueron? ¿Qué hacía en Sevilla ese grupo de jóvenes poetas? ¿Qué sucedió en aquel acto que ha quedado para la posteridad como el alfa y el omega de la literatura española del siglo XX?

La España de principios del XX hervía de modernidad. La ciencia, las artes, la filosofía, la política y la sociedad atravesaban sin melindres el umbral del XIX para situarse de lleno en el nuevo siglo, en paralelo al ambiente renovador de Europa. Después de décadas de aislamiento, introspección y solipsismo, los españoles se sentían alineados al fin con sus coetáneos del continente. Receptivo a esos aires de cambio, se configuró una nómina de poetas, escritores e intelectuales aglutinados en torno a la Residencia de Estudiantes. Allí, en Madrid, compartieron inquietudes, entre otros, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillén, José Bergamín, Gerardo Diego y Dámaso Alonso, a quien ese año de 1927 le había sido concedido el Premio Nacional de Literatura.

Estos seis poetas, solo una parte de la Generación del 27 que Gerardo Diego definió en su canónica «Antología», partieron hacia Sevilla invitados por el Ateneo, cuya sección de literatura comenzaba su curso anual. El motivo de la reunión era la conmemoración de los 300 años de la muerte de Luis de Góngora. El poeta cordobés, demasiado oscuro y alambicado para los críticos, fue un faro de la Edad de Oro de la literatura española y significó el volante y embrague de la llamada Edad de Plata. El nexo de unión entre el olvidado Góngora y la Generación del 27 fue la metáfora, la imagen, esa foto que, junto al cine, el automóvil o la máquina, servía de punta de lanza de las vanguardias.

En la imagen figuran los seis poetas citados y, en el centro, los organizadores de las actividades que congregaron aquel hito: los sevillanos Manuel Blasco Garzón, presidente de la institución, y José María Romero Martínez, director de su sección literaria. También están Mauricio Bacarisse y Juan Chabás, poetas de menor rango en comparación con otros que, aunque ausentes en la foto de aquella noche, navegaron en la órbita del 27 con recorrido: Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre y, naturalmente, Luis Cernuda, quien no está en la foto pero sí acudió a aquel acto del Ateneo como parte del público, junto al resto de camaradas que eran en Sevilla foco de vanguardismo desde los años del Modernismo. A Ignacio Sánchez Mejías se le ha atribuido erróneamente la organización de aquella jornadas en el Ateneo. Aunque participó en los actos y su influencia es innegable, las actas de la institución registran que el sufragio del viaje, el alojamiento en el Gran Hotel de París y la manutención se elevaron a un total de 2.267,60 pesetas que corrieron a cargo de los ateneístas.

El último homenaje

Pero la realidad es que aquel acto inmortalizado aquella noche de autos por los fotógrafos de «La Unión», «El Liberal» y «El Noticiero Sevillano» no se celebró en el Ateneo y tampoco fue realmente el culmen del año gongorino. Más bien era el último acto. La sede, el Ateneo, promotor de la tradicional Cabalgata de Reyes, estaba repleto de juguetes que habrían de ser repartidos en pocas semanas y no había posibilidad de albergar nada. La foto está tomada por eso en el edificio donde residía la Sociedad Económica Amigos del País, sita en la calle Rioja, junto al convento del Santo Ángel, a escasos metros de la calle Tetuán, donde estaba la Docta Casa, que hoy tiene su sede en la vecina Orfila. El lugar de la foto ya no existe.

El mismo Alberti, en sus memorias, apunta que en el viaje a Sevilla «resonaron tal vez los últimos ecos de nuestra batalla por Góngora». Era el fin de un año de celebraciones, todo un siglo para unos jóvenes en apenas la treintena. Probablemente sus cabezas estuvieran ya en otros menesteres, en otros cosmos. Durante los meses anteriores, la Residencia de Estudiantes había celebrado en Madrid distintas jornadas sobre el cordobés, así como un funeral en su honor en la parroquia madrileña de Santa Bárbara y una marcha de meadas de desagravio sobre las fachadas de la Real Academia de la Lengua. El viaje al sur era solo el fin. Los poetas y la prensa sevillanos eran conscientes de ello. El acto y la foto ganaron así en relevancia.

El ferrocarril desde Madrid llegó a Sevilla de noche. Allí los esperaban los camaradas de la revista «Mediodía». Durante el acto del 16 de diciembre, a cuya finalización Juan José Serrano, Dubois y un tercero, que bien pudo ser Pepín Bello, tomaron aquellas imágenes para la posteridad, recitaron José Bergamín, Dámaso Alonso y Juan Chabás, mientras que Alberti y García Lorca representaron un fragmento de las «Soledades». Los papeles de las recitaciones están sobre la mesa de la foto. Alberti sujeta el libro de Góngora. Detrás de Alberti y Lorca se ve una Leda y, en el fondo, en el cuadro, Carlos III degollado. Hay también un vaso de agua y un timbre que Dámaso Alonso hizo sonar, sin querer, en un instante de exaltación.