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Pinceles con dueña

Ángeles Caso glosa la vida y la obra de 80 pintoras y fotógrafas con 148 reproducciones a todo color que demuestran la importancia, muchas veces negada o silenciada, de las mujeres en la historia del arte, desde La Roldana y Artemisia Gentileschi a Hilma af Klint, pionera del abstracto

Las obras de Sofonisba Anguissola (en la imagen, un autorretrato) fueron atribuidas a pintores varones durante siglos
Las obras de Sofonisba Anguissola (en la imagen, un autorretrato) fueron atribuidas a pintores varones durante sigloslarazon

Hace 25.000 o 30.000 años, cuando la especie humana empezaba a interrogarse sobre el mundo, a temerlo y representarlo, no sólo dibujaron en las cuevas caballos, bisontes, renos y osos... También manos. Gracias a recientes estudios sabemos que existe una relación entre el tamaño del dedo índice y el anular que es distinta según el sexo. Así, se ha llegado a la conclusión de que desde las cuevas paleolíticas europeas a las islas de Borneo, la mitad de las manos eran de hombres, la otra mitad, de mujeres. Si ellas las imprimieron, no hay razón alguna para suponer que no fueran autoras o coautoras del resto de las pinturas rupestres que hoy admiramos. A tenor de ello, ¿habría que reescribir o, cuando menos revisar, parte de la historia del arte? Sobre esta premisa edifica Ángeles Caso (premio Planeta 2009) «Ellas mismas. Autorretratos de pintoras» (Libros de la letra azul). Un volumen lujosamente editado gracias a la campaña de micromecenazgo, que es el resultado de muchos años de investigación como historiadora del arte, donde nos presenta a ochenta pintoras y fotógrafas profesionales que tuvieron carreras de éxito pero que han sido menospreciadas, cuando no abiertamente silenciadas, por la historiografía tradicional. El libro incluye 148 reproducciones a todo color de los autorretratos de algunas de estas artistas.

Conmueve el caso de Charlotte Salomon, asesinada en Auschwitz en 1943. Tenía 22 años y sabía que iba a morir a merced de la «solución final» decretada por Hitler. Quería dejar algo en el mundo, algo pequeño y al mismo tiempo profundo. Los recuerdos de una muchacha judía nacida en uno de los peores momentos de la historia. Mientras esperaba su muerte narró su vida en 1.200 acuarelas y gouaches acompañados de textos literarios o de citas de Lieder. Siempre se había sentido alemana y suponía que la cultura de sus antepasados sería un linimento para su dolor. ¿Conocíamos, siquiera, su nombre? Igual sucede con la monja Claricia, que se dibujó con trenzas, colgada de la letra Q que había estampado en un «Libro de salmos» realizado en un monasterio de Augsburgo. ¡El primer «selfie» femenino de la historia! Los casos son innumerables: Sofonisba Anguissola fue llamada por Felipe II a la corte de Madrid en 1559, y en España retrató a toda la familia real, incluido el monarca. Obviamente, un rey sólo posaba ante «el mejor pintor de todos», luego sus méritos eran de primera fila. Artemisia Gentileschi, pintora barroca, ganó tanto dinero con sus numerosos encargos que logró casar a sus dos hijas con sendos nobles napolitanos. Luisa Ignacia Roldán, la Roldana, fue escultora de cámara de Carlos II y de Felipe V, y trabajó para el mismísimo Papa de Roma. Adélaïde Labille-Guiard (cuyo óleo ilustra la portada del libro) fue retratista oficial de las hermanas de Luis XVI, ingresó en la Real Academia de Pintura y de Escultura de Francia en 1783 al mismo tiempo que Élisabeth Vigée-Lebrun, retratista oficial de María Antonieta. Marie-Guilhelmine Benoist inmortalizó a toda la dinastía Bonaparte; Frances Benjamin-Johnston fue la fotógrafa oficial de cinco presidentes de Estados Unidos; la pintora expresionista alemana Paula Modersohn-Becker se autorretrató embarazada como regalo de aniversario para su marido; e Hilma af Klint pintó numerosos lienzos abstractos desde 1896, quince años antes de que Kandinsky firmase la que suele considerarse la primera acuarela abstracta de la historia.

Saqueadas y escondidas

¿Dónde están todas esas artistas? ¿Quién sabe de sus logros? No aparecen sus nombres en los manuales de historia. En los museos, o están colgadas en rincones inaccesibles o en depósitos. En ocasiones, han sido saqueadas, y sus cuadros han resplandecido bajo el nombre de ilustres artistas varones, hasta que algún especialista ha sacado al museo de su error. Eso sucedió, por ejemplo, con los retratos de Anguissola en El Prado, que hasta hace veinte años figuraron como lienzos de Alonso Sánchez-Coello o Juan Pantoja de la Cruz. El trabajo de recuperación de todas estas artistas olvidadas has sido lento y difícil para Caso, pero sus nombres y, sobre todo, sus obras van saliendo a la luz gracias a historiadores del arte que contribuyen con su investigación y colaboran con diversos museos y publicaciones.

Queda otro pregunta en el aire, a la que también intenta dar respuesta la autora: ¿por qué el retrato? Muchas de ellas se dedicaron a él como un género «menor» respecto a la pintura religiosa, mitológica o de historia, que era un coto privativo de los varones. Además, esos géneros exigían un conocimiento minucioso de la anatomía humana y de la representación del desnudo, cosa que, por razones morales, estaba prohibido a las mujeres (aunque sí podían posar). Por ello recurrieron a autorretratarse. Era barato, el modelo siempre estaba disponible.... Y así lo hicieron (incluso, en ocasiones, superando a Durero o Rembrandt) en su voluntad de dejar constancia de su propia imagen así como del paso del tiempo sobre ellas.