Literatura

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Thomas Paine, el «tea party» era él

Thomas Paine, el «tea party» era él
Thomas Paine, el «tea party» era éllarazon

Vivimos en tiempos de activistas y agitadores. Es lógico, por tanto, que se vuelva a la figura de Thomas Paine, el gran agitador y activista nacido en Inglaterra en 1737 y ciudadano norteamericano tras su adhesión incondicional a la rebelión de las colonias contra la corona británica. Paine tenía olfato para eso de la Historia, y participó luego en la Revolución francesa. La acogió con el mismo entusiasmo que la norteamericana, aunque bajo el Terror pasó casi un año en un calabozo y de milagro no acabó en la guillotina. Volvió luego a Estados Unidos, donde su actitud esquinada y crítica le colocó en una posición ambigua. Ahí sigue, y aunque nadie niega su relevancia a la hora de la movilización independentista, tampoco acaba de reconocérsele entre los Padres Fundadores de la Unión. Lo genial en Paine, aparte de su extraordinaria vida de aventurero político, son sus tres grandes panfletos: «Sentido común», que articuló, junto con «La crisis americana», la visión de una América independiente y republicana, «Derechos del hombre» (no «Los» derechos del hombre) en defensa de la democracia y la Revolución francesa, y «La edad de la razón», ataque furibundo a la religiones establecidas y, al tiempo, defensa sentimental y por momentos conmovedora del deísmo, la religión natural en la que Paine encontraba consuelo. Paine recogió en parte la tradición radical de los puritanos y republicanos ingleses del siglo XVII, muy presente en la revolución norteamericana, la sintetizó con agudeza y la adaptó a la nueva «igualdad de condiciones» inaugurada por la democracia norteamericana, como un nuevo tribuno popular de estilo directo, sin retórica. De ahí, en parte, su inmenso éxito. En la historia de las ideas políticas, es célebre el debate que le enfrentó a Edmund Burke, el aristócrata inglés que supo ver las consecuencias sórdidas y totalitarias de la Revolución francesa, muy lejos de lo ocurrido del otro lado del Atlántico. Como no teníamos en castellano ninguna biografía de Paine, hay que dar la bienvenida a ésta, a cargo de Christopher Hitchens. Eso sí, no es una biografía al uso. Tampoco Hitchens es un historiador ni un escritor especializado en la época o en el género biográfico. Es, casi tanto como su biografiado, un activista. Nacido en Gran Bretaña, instalado en Estados Unidos en tiempos de Thatcher (algo parecido a lo que hizo Paine en su tiempo) y como él, panfletario de éxito, con obras que han querido ser escandalosas: «La posición del misionario, sobre la Madre Teresa», «Juicio a Kissinger» y «Dios no existe». El propio autor afirma que Paine ofrece un arsenal de argumentos para una época en la que, según explica, la razón y los derechos están sometidos a ataques de todas clases.

Una causa radical

Estamos, por tanto, ante un nuevo ensayo panfletario, del que Paine hace el gasto, al servicio de la causa más o menos radical de Hitchens. Es un gesto legítimo y podría haber dado lugar a un nuevo panfleto, si no tan vibrante como los de Paine, algo muy difícil, sí al menos algo chispeante y atractivo. Hitchens no lo consigue porque se empeña en atenerse a la forma biográfica. El lector de lengua española se lo agradecerá, pero en vez de las más de doscientas páginas habría sido mejor, dada la ambición del volumen, la mitad. El panfleto requiere síntesis y este trabajo se queda a medio camino, tedioso por momentos, en particular si se la compara con la gran biografía de John Keane, en la que se inspira. La crítica inglesa apuntó en su momento inexactitudes que podían haber sido subsanadas en esta edición. Más difícil habría sido corregir las ingenuidades, que abundan. Según Hitchens, los lectores de Paine, por ejemplo, se sabían de memoria la Biblia «cristiana» «aunque» (ni lo de «cristiana» ni el, «aunque» tienen desperdicio) la que conocían era la versión inglesa del rey Jorge. Así otras muchas, que –la verdad sea dicha– acaban ganando para el autor la simpatía del más escéptico.

Las ingenuidades de izquierdista feliz plantean cuestiones más serias cuando se simplifica la materia tratada, como ocurre en el caso de la posición de Paine en la Revolución francesa, que plantea todas las contradicciones del legado del autor, o los matices de la posición deísta, porque Paine, como muchos anticristianos de entonces, es incapaz de dejar atrás la creencia en Dios, aunque sea ese Dios paradójicamente más abstracto y deshumanizado que el de las religiones reveladas, en particular el cristianismo.

En el fondo, el legado radical de Paine, que retomó contra el «establishment» norteamericano de su tiempo argumentos parecidos a los que los antifederalistas habían enarbolado durante la discusión de la Constitución, es considerablemente más rico y complejo de lo que Hitchens parece creer. En Gran Bretaña, su republicanismo pertenece a la izquierda –hoy más que nunca–, y eso a pesar de haber sido citado por Thatcher. En Estados Unidos, en cambio, ese mismo republicanismo es parte del fondo común de la Unión. Por eso, mucho antes de Hitchens ya lo había rescatado Reagan. Luego, en la primera década de nuestro siglo XXI, Paine reapareció como uno de los héroes del «Tea Party» cuando éste reivindicaba la naturaleza popular de Estados Unidos contra las élites «degeneradas» de Washington DC. En un lado del Atlántico, populista de izquierdas; en el otro populista de derechas en el otro... Se ve que los activistas de antes eran más complicados e interesantes que los de ahora.