Teatro

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De terrazas con Jardiel

De terrazas con Jardiel
De terrazas con Jardiellarazon

Gabriel Olivares ocupa, acompañado de raciones y cervezas (o refrescos, al gusto), las noches de verano del Teatro Galileo con «Cuatro corazones con freno y marcha atrás»

Dicen de «Cuatro corazones con freno y marcha atrás» que es un texto «explosivo como una botella de champán». Tiene «lo que realmente importa», presentan: amor, verdad, belleza, paso del tiempo, ilusiones, muerte... Abordado desde la maquinaria de humor inverosímil de su autor, Jardiel Poncela, en esta aventura caótica de dos parejas y un cartero utiliza -una vez más- la risa para profundizar y filosofar en los temas que tocan a todos, sin excepción. Es la obra a la que recurre Gabriel Olivares para ocupar, hasta el 2 de septiembre, el patio del Galileo de Madrid en las noches de verano: bravas, croquetas, cerveza, teatro y risas al mismo tiempo, ¿quién da más?

-Supongo que no se le ocurre mejor plan.

-(Risas) ¡La verdad es que no! He estado muchas veces en teatros a la italiana, pero es la primera vez que me puedo salir de la norma, casi como si programara en un pueblo, y he intentado montar toda una experiencia de principio a fin. De hecho, es difícil llevarlo ahora al formato tradicional porque se ha montado con esta idea de aire libre y cena.

-¿Por qué «Cuatro corazones»?

-Es la primera función de teatro que vi de pequeño en Albacete y me morí de risa.

-¿Cerrando cuentas pendientes?

-Algo así. Sin embargo, pese a tener experiencia dirigiendo comedias contemporáneas, es la primera vez que monto un clásico como este de Jardiel.

-¿Se tiene infravalorado al «género chico»?

-Pues... A Jardiel como tal no, pero sí es verdad que si fuera francés otro gallo cantaría, ríete de Ionesco y otros autores. Ahora que me he metido de lleno en el texto encuentro ecos hasta de la infancia, es increíble la manera que tiene de mezclar humor, poesía, juegos de palabras, situaciones inverosímiles....

-¿Cambios?

-No y pese a no haber tocado ni una palabra del texto, me ha permitido jugar mucho con él, algo que solo ocurre con los textos universales de los grandes.

-Sí ha tocado la época, ¿no?

-Jardiel hace una especie de salto en el tiempo: de 1860, a 1920 y, luego, al 35. Y yo, sin tocar las fechas, sí me he ido a la España de los años 70 en los que se ve a gente de guateque.

-¿Es un texto canalla?

-Es una de las comedias más especiales de Jardiel por su planteamiento. Hace una reflexión de la eternidad e inmortalidad que nos demuestra que, aunque todos tengamos una parte eterna, nuestro cuerpo no está preparado para ello. Es una tesis muy moderna para esta época en la que se busca la juventud permanente, las cirugías, cirugías, células inmortales...

-Divertida, pero con poso.

-Muy muy divertida, pero mete el dedo en la llaga. Los personajes juegan a ser Dios y les sale un poco el tiro por la culata.

-¿Nos deja la moraleja de «vivir por encima de todo»?

-Y de que los atajos en la vida nunca son buenos.