Sevilla

Pintor impresionista; por María Adánez

La Razón
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Miguel era un hombre lúdico, muy ingenioso y divertido. Muy anáquico, también, a la hora de ensayar. Tenía muy claro lo que no quería, pero lo que quería lo iba dibujando día a día. Siempre he tenido la sensación de que era como un pintor impresionista que un día hacía un trazo y al siguiente, sobre ese trazo, hacía otra cosa o borraba parte de ese dibujo , y así iba construyendo las funciones. Le gustaban tremendamente los actores y sabía sacar lo mejor de ti. Era muy valiente, iba probando cosas: si tú eras valiente también y te tirabas a la piscina, él iba detrás, contigo. Para mí hoy se ha muerto mi maestro en el teatro, el hombre que me dio la oportunidad de hacer el primer personaje dramático de mi carrera, la protagonista de «Salomé», por el que le estaré eternamente agradecida porque me cambio la vida, a nivel personal y como actriz. Fue un montaje muy importante en el que conocía muchos actores que ahora forman parte de mi vida como amigos y hermanos. Él no me había visto nunca en televisión, no tenía referencias mías de «Aquí no hay quien viva» ni del medio audiovisual, pero creyó en mí. Y volvió a hacerlo con «La señorita Julia», e iba a hacerlo una tercera vez: estábamos a punto de meternos en los ensayos de «A puerta cerrada», que pensábamos estrenar en septiembre en Sevilla. Miguel cambió, rejuveneció absolutamente el panorama teatral. Hizo siempre lo que quiso: unos espectáculos muy modernos contra todo tipo de formas y estereotipos. Tenía una gran personalidad, mucha creatividad y sentido del humor. Y eso lo ha plasmado siempre en cada uno de sus montajes. Hoy se ha perdido una piedra angular, uno de los grandes de este país, de esos directores que quedan muy pocos.