Teatro

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¿Qué hacen unos rusos hablando de «democracia»?

El Teatro Académico de la Juventud de Rusia (RAMT, en sus siglas en ruso) ocupa el Valle-Inclán durante cuatro días para abrir «Una mirada al mundo»
El Teatro Académico de la Juventud de Rusia (RAMT, en sus siglas en ruso) ocupa el Valle-Inclán durante cuatro días para abrir «Una mirada al mundo»larazon

Basada en un episodio importante de la historia de Alemania en el siglo XX, «Democracia», de Michael Frayn, cuenta el ascenso y la caída del conocido político alemán Willy Brandt, que ocupó la cancillería federal en 1969, algo que le convirtió en el primer líder socialista en hacerlo tras la Segunda Guerra Mundial, y que tuvo que abandonarla en 1974, en buena medida a raíz de un escándalo que se conoció como el «Caso Guillaume». Alexei Borodin, director artístico del Teatro Académico de la Juventud de Rusia (RAMT) desde 1980, es el encargado de poner ahora en pie, en el Teatro Valle-Inclán, esta reflexión de Frayn que nos sitúa en la Alemania de los años 60 en la que Brandt, semanas antes de ocupar la jefatura del Gobierno, había incorporado en su oficina a un simple auxiliar proveniente del Este llamado Günter Guillaume. Durante los años siguientes, este último iría ascendiendo y ganando la confianza del canciller hasta convertirse en su asistente personal, el hombre que organizaba su agenda y que lo acompañaba a todos los actos. Pero entonces los servicios secretos de Bonn descubrieron que Guillaume era un espía que trabajaba para la Alemania del Este. Tras ser informado de ello, Brandt accedió a seguir trabajando con su ayudante durante algún tiempo sin desenmascararlo, facilitando así las investigaciones de sus propios servicios de seguridad y espionaje.

Un comunista en el poder

Finalmente, Guillaume fue detenido el 24 de abril de 1974; pero la oposición se echó encima de Brandt censurando su negligencia por haber dejado que un comunista se introdujera con tal facilidad en la cúpula del Gobierno alemán. «Durante cuatro años, Guillaume sirvió a Brandt con devoción y eficacia
–dice el autor en el prólogo de su edición impresa–; pero resultó que, con la misma devoción, le estaba espiando para sus otros superiores del ministerio de Seguridad del Estado de Alemania del Este».

Según algunos historiadores, aquel asunto no fue la causa única de la dimisión de Brandt –de hecho, siguió ocupando la presidencia del Partido Socialdemócrta de Alemania (SPD) hasta 1987–; pero todos parecen coincidir en que sí fue el detonante para poner fin a la carrera de un canciller que, además, se encontraba cansado y asediado por serias complicaciones personales, con el alcohol, el adulterio y la depresión como protagonistas; por problemas internos en su propio partido –sostuvo que su colega Herbert Wehner podría haber estado relacionado con el escándalo de Guillaume–; y por la recesión económica que vivía su país derivada de la crisis del petróleo de 1973. En definitiva, una situación personal, política y social nada sencilla. Precisamente, esa complejidad es la que ha tratado de trasladar Frayn a los escenarios en su obra: «Brandt era más complejo de lo que aparentaba –explica el dramaturgo–. En público era abiertamente simpático y transparente, incluso cuando era excesivamente sibilino. Seducía hasta a la nueva izquierda; y hasta a su asistente personal, que le estaba espiando. Sus socios políticos, sin embargo, se quejaban a menudo de los puntos flacos que mostraba en privado: su indecisión, cómo rehuía las confrontaciones, su falta de comunicación, su tendencia a la depresión y su vanidad. Conquistó a mucha gente, pero tenía pocos amigos verdaderos. En una sala llena, transmitía una sensación de intimidad personalizada a todos en su conjunto, pero a muy pocos tomados por separado... Complejidad. De esto trata realmente la obra: de la complejidad de los planes humanos y de la personalidad humana, y de las dificultades que esto acarrea a la hora de conformar y de entender nuestras acciones».

Para poder indagar en una personalidad tan ambigua y escurridiza como la de Brandt, Frayn trató de no manipular la variable del contexto cuando escribió esta obra en 2003 y se plegó a los hechos históricos y objetivos en todo lo que sirve de marco argumental. En este sentido, el trabajo de documentación fue fundamental en «Democracia». «Todos los acontecimientos políticos son reales –aseguraba–, y la personalidad de los protagonistas es la que los observadores y los historiadores les atribuyeron a sus homólogos en la vida real. Las distintas sospechas de conspiración constan en documentos de la época, y lo mismo ocurre con dos de los asuntos más turbios a los que la obra alude brevemente: los sobornos que probablemente salvaron a Brandt en 1972 cuando se enfrentó a una posible derrota en una moción de censura, y los rescates que la República Federal pedía en secreto a la República Democrática por sus presos políticos, así como los pagos que se hicieron para que ciertas personas fueran autorizadas a salir de Alemania del Este para reunirse con sus familias en el Oeste.

Sí se tomó más licencias el autor inglés a la hora de retratar la personalidad de Guilleaume, aunque se haya mantenido fiel a lo que se sabe de él: «Era un personaje regordete, insípido y familiar, con gafas de pasta y una sonrisa educada –explica en sus apuntes Frayn–. Era conocido por su capacidad de trabajo y por su infinito buen humor. De alguna manera, Guillaume era el pálido reflejo de Brandt, con el mismo gusto por la buena vida y el mismo ojo con las mujeres».