Sucesos

El asesino de Virginia obtuvo el arma pese a su historial médico

Mostró su admiración por los asesinos de Columbine en su nota final

Chris Hurst, novio de la periodista asesinada, ayer, con sus compañeros de cadena
Chris Hurst, novio de la periodista asesinada, ayer, con sus compañeros de cadenalarazon

Vester Lee Flanagan no era un tipo normal. Lo prueba la evidencia de que este ex empleado de la cadena de televisión WDBJ7, filial de la CBS, asesinó en Virginia a dos ex compañeros de la cadena, Alison Parker, de 24 años, y Adam Ward, de 27, mientras grababan una entrevista con Vicki Gardiner, directora de la Cámara de Comercio local, a la que hirió de gravedad. Por si el crimen, brutal, no fuera suficiente, está la crónica de sus perturbadas andanzas. Detalles, gestos, que aquilatan la trayectoria y delirios de un loco.

Uno, que grabó el asesinato con su teléfono móvil. Lo colgó en las redes sociales y esperó, paciente, a que Ward enfocara con su cámara a Parker. Quería asegurarse de que cuando apretase el gatillo la WDBJ7, que en ese instante emitía en directo, chupara y recibiera hasta la última gota de sangre. Su monstruosidad era compatible con el cálculo comercial. Su experiencia como periodista y presentador de televisión lo hacían particularmente sensible a las teclas necesarias si quieres amplificar el odio y transformarlo en suceso global. Su familia, previsiblemente rota, ha difundido un comunicado en el que pide respeto a su privacidad y verbaliza su espanto por las acciones del hijo, así como su solidaridad y empatía hacia sus víctimas, por las que reza.

Todos los medios estadounidenses coinciden en que Flanagan era un desequilibrado. Alguien que abre fuego y luego diserta sobre el crimen de la iglesia Emanuel. Un tipo que habría inscrito en las balas el nombre de los muertos en Charleston. Alguien que en un memorándum de varias páginas que envió a CBS, ilegible, salpicado de amor por sí mismo, lloriqueos y quejas, confiesa su admiración por los asesinos de Columbine. Un sujeto al que su propia empresa despidió por los continuos ataques de ira y problemas de comportamiento. Incluso le habrían solicitado, antes de darle boleto, que frecuentara al psicólogo de la cadena, a ver si podía ayudarle. Había «amenazado» y había «incomodado» a sus compañeros en varias ocasiones. Era agresivo. No controlaba sus impulsos, su actitud malencarada, su continua e intoxicada bronca.

Todo cierto. Todo tenebroso y triste. Pero entonces, ¿cómo es posible que alguien así, alguien que según sus vecinos habría arrojado heces de gato a varias personas con las que habría discutido, y que persiguió a otro automovilista por una discusión de tráfico y remató la discusión diciéndole que estaba gordo, alguien como Flanagan, en fin, comprara sin problemas un arma? «Alison era dulce y ayudó a muchas personas, dijo Andy Parker, padre de la reportera asesinada. A continuación explicó que algo falla, algo está irremediablemente enfermo, si en EE UU un Flanigan, borracho de complejos, enloquecido, encerrado en su casa con su colección de juguetes sexuales, su amor por los perpetradores de masacres, sus gatitos a los que sacar fotos, puede un día, una noche, acceder a una pistola y matar a la primera Alison que encuentre. Parker ha declarado que, aunque sea lo último que haga, peleará sin descanso para que los legisladores combatan la permisividad que existe en EE UU hacia la compra/venta, posesión, lucimiento y uso de las armas. Una tolerancia hacia el juguete bélico salpicada con discursos sobre la libertad, las enmiendas constitucionales y el derecho de los primeros colonos a alzarse en armas contra Washington si éste planeaba instaurar una tiranía. «Si tengo que ser un cruzado, lo seré», ha dicho Parker, «y no descansaré hasta que algo suceda. Tenemos que conseguir que la gente con problemas mentales tenga más problemas para acceder a un arma».

La CNN, que ha tenido acceso al historial judicial de Flanagan, ha reportado que un juez de Ranoake, la ciudad donde estaba la sede de la WDBJ7, desestimó la denuncia que interpuso tras ser despedido. Afirmaba que lo habían echado por motivos racistas. Apenas 30 días más tarde el chico al que nadie quería, el objeto de una conspiración multitudinaria contra su afectuoso talante, recurrió la decisión judicial vomitando balas sobre los cuerpos de tres personas.