Rusia

La Inteligencia de Washington acusa a Putin del «hackeo»

Los jefes del espionaje muestran en el Congreso su certeza de que Rusia está detrás del ciberataque pese a las reservas de Trump

El secretario de Defensa, Ashton Carter, impone a Barack Obama una medalla de servicio, ayer, en Virginia
El secretario de Defensa, Ashton Carter, impone a Barack Obama una medalla de servicio, ayer, en Virginialarazon

Los jefes del espionaje muestran en el Congreso su certeza de que Rusia está detrás del ciberataque pese a las reservas de Trump

La historia empezó a difundirse a finales del año pasado. De acuerdo con la misma, «hackers» rusos habían entrado en los correos de personajes relevantes del Partido Demócrata y pasado la información a Wikileaks. Dado que los contenidos no dejaban en buen lugar a Podesta, el mismísimo jefe de campaña de Hillary Clinton, y que dañaron la imagen de la candidata demócrata, habría que llegar a la conclusión de que la derrota electoral se debía a los rusos y, por lo tanto, que Vladimir Putin había proporcionado la victoria a Donald Trump.

El director saliente de la CIA, John Brennan, aseguró ayer en el Congreso que el informe que entregaría a la Cámara disiparía las reticencias de los que dudaban. Según su versión, no sólo quedaría de manifiesto la actividad de «hackers» rusos, sino una circunstancia mucho más relevante: nada de lo sucedido hubiera podido llevarse a cabo sin la intervención y las órdenes directas de Putin. De manera bien llamativa, en el mismo acto Brenan reconoció algunos de los errores cometidos por la CIA en los últimos años. Por su parte, el director de la Inteligencia Nacional de EE UU (DNI), James Clapper, reafirmó en el Comité de Servicios Armados del Senado «con mayor firmeza» que en octubre, cuando divulgó sus primeras conclusiones al respecto, que Rusia quiso interferir en las elecciones no sólo con ciberataques, sino con una estrategia «multifacética» que incluyó también propaganda y difusión de informaciones falsas.

El jefe de la Inteligencia Nacional aseguró que Rusia tiene un «largo historial» en intervenir en los procesos democráticos de terceros países que se remonta a los años sesenta con la Guerra Fría. Pero aseguró que no había visto una estrategia «tan agresiva y directa» como la de 2016.

Inicialmente, no fueron pocos los que pensaron que se trataba únicamente de otra muestra de mal perder de los demócratas. Pero, de manera casi inmediata, el presidente Barack Obama expulsó a una treintena de diplomáticos rusos de Estados Unidos y aprobó una nueva batería de sanciones económicas contra Rusia. La razón era, según él, que la CIA y el FBI le habían proporcionado pruebas de que los materiales publicados por Wikileaks habían sido proporcionados por piratas rusos. Las reacciones no se hicieron esperar. El primero en abrir el fuego contra esta teoría fue el propio Trump. A finales de diciembre, en relación con la CIA y su fiabilidad, afirmó literalmente: «Estos son la misma gente que dijo que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva». El domingo, el magnate volvió a hurgar en la herida al señalar ante unos periodistas que «si miran a las armas de destrucción masiva, fue un desastre y se equivocaron». En otras palabras, los que entonces erraron con Irak volvían a equivocarse ahora con Rusia.

La polémica ya estaba bastante caldeada cuando Julian Assange convocó una conferencia de prensa en la que no sólo desmintió que Wikileaks hubiera recibido los datos publicados de ninguna instancia rusa, sino que insistió en que no se nutrían de ningún partido estatal para llevar a cabo sus revelaciones. Igualmente, Assange insistió en que simplemente los demócratas no habían aplicado las reglas mínimas de seguridad. En otras palabras, Assange atacaba de manera apenas indirecta a la CIA, al FBI y a un sector de la política norteamericana de estar mintiendo. Pero aún más tajante en el desmentido resultó unas horas después Trump. En un tuit publicado el martes, el presidente electo cuestionaba la veracidad del informe forjado por la CIA, el FBI y el director de la Inteligencia Nacional y señalaba que el hecho de que se retrasara la reunión para informar del mismo hasta el viernes podía deberse a que «quizá necesitan más tiempo para montar el caso». El tuit concluía con un tajante «¡Muy raro!».

El miércoles, en otro tuit Trump se hizo eco de la entrevista que Shawn Hannity de Fox le había realizado al fundador de WikiLeaks, afirmando: «Julian Assange dijo que un chico de catorce años podría haber ‘hackeado’ a Podesta. ¿Por qué fue tan descuidado en la Convención Demócrata? ¡También dijo que los rusos no le dieron la información!».

La respuesta de medios como «The Wall Street Journal» o de políticos como el jefe de la minoría demócrata en el congreso, Charles Schumer, fue acusar a Trump de despreciar a los servicios de Inteligencia, lo que, desde su punto de vista, constituía una muestra de estupidez e imprudencia. Sin embargo, las críticas a Trump no se han limitado al partido de la oposición, sino que han incluido a los propios republicanos partidarios de mantener la política agresiva de Obama contra Rusia. Para no pocos analistas, es aquí donde se encuentra la clave de esta controversia. Trump ha expresado en repetidas ocasiones que el principal enemigo para Estados Unidos es China y no Rusia. No sólo eso, ha manifestado una clara voluntad de iniciar una política de distensión con Putin e incluso de colaborar con él para acabar con amenazas como el Estado Islámico. Para llevar a cabo esa política, Trump tiene la intención de reestructurar los servicios de inteligencia. Semejante óptica –cargada de razón desde distintas perspectivas– choca, sin embargo, con amplios sectores del «establishment» norteamericano. De entrada, buena parte del sector armamentístico encuentra mucho más conveniente mantener una política de confrontación con Rusia que permitiría, entre otras circunstancias, seguir obteniendo rotundos beneficios con la venta de armas. Tampoco parece que los actuales mandos de la CIA y del FBI estén dispuestos a verse sustituidos.

Finalmente, no son pocos los «lobbies» que se verían directamente perjudicados por la distensión. El legislador republicano John McCain –uno de los grandes protagonistas en las revoluciones de colores contra Rusia y en las primaveras árabes– declaraba hace apenas unos días su voluntad de seguir apoyando al Gobierno de Ucrania en sus acciones contra Rusia.

Así fue el ciberataque

- Septiembre de 2015. El FBI advierte al Partido Democráta de que su sistema informático ha sido «hackeado» por unos piratas apodados «Los Duques» vinculados a Moscú.

- Abril de 2016. Uno de los asesores de Obama se reúne en Ginebra con funcionarios rusos para quejarse del espionaje. En junio, el presidente habla con Putin.

- Verano de 2016. «The Washington Post» publica la primera información sobre el ciberataque al Partido Demócrata. Empiezan las filtraciones de Wikileaks.

- Octubre de 2016. Continúan las filtraciones de la red de Julian Assange, pero esta vez se «hackea» el correo del jefe de campaña de Clinton, John Podesta.

- Diciembre de 2016. Un informe de la CIA acusa al Kremlin de intervenir en la campaña electoral de EE UU en favor del candidato republicano, Donald Trump.