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La única salida es el codesarrollo

El director adjunto operativo de la Policía, Eugenio Pino; el secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez; el director de la DGST, Abdelatif Hammouch; el director general de la Policía, Ignacio Cosidó, y el comisario general de Información, Enrique Barón
El director adjunto operativo de la Policía, Eugenio Pino; el secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez; el director de la DGST, Abdelatif Hammouch; el director general de la Policía, Ignacio Cosidó, y el comisario general de Información, Enrique Barónlarazon

Europa está experimentando su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. El flujo migratorio representa una amenaza para la estabilidad de la Unión Europea a causa de las posiciones e intereses opuestos de los Estados miembros. El debate semántico «refugiados» o «inmigrantes», no es neutral. Esta corriente migratoria no se encuentra sustentada en aspiraciones económicas, sino que se debe a la inestabilidad política y a la anarquía en los países de origen. Cientos de miles de personas arriesgan sus vidas al cruzar el Mediterráneo para huir de las atrocidades de las guerras civiles. Además, el riesgo para la seguridad y la amenaza terrorista es más preocupante que nunca, y más si se tiene en cuenta la posibilidad de que los ciudadanos puedan ser adoctrinados si los radicales explotan para conseguirlo los problemas reales que suponen la integración.

En este contexto, las capitales europeas están tratando desesperadamente de establecer lazos con África, sobre todo con los países de tránsito que están geográficamente ubicados en las puertas de Europa. En este sentido, la cooperación entre Marruecos y España es ejemplar. En consecuencia, los intercambios constantes de visitas son algo más que reuniones ceremoniales. Reflejan una verdadera cooperación multifacética.

En el frente de la seguridad, varias células terroristas han sido desmanteladas antes de que llegaran a la acción, gracias a la labor conjunta realizada por los servicios de inteligencia de ambos países. También han dado varios golpes muy duros a las actividades relacionadas con el tráfico de drogas y como resultado ha habido un récord en incautaciones de estupefacientes. Las cifras hablan por sí solas de la eficacia de esta cooperación: sólo 7.000 inmigrantes ilegales han entrado a España en 2014, mientras que en Grecia e Italia han llegado cientos de miles de personas.

Este resultado no se ha logrado mediante la simple adopción de una política represiva. El Gobierno marroquí ha puesto en marcha una serie de medidas relativas a los derechos humanos, como la legalización de la estancia/situación de decenas de miles de inmigrantes a la vez que les proporciona el acceso a atención médica primaria. Pero esta generosidad tiene sus límites objetivos. El desempleo juvenil es una realidad que no puede soportar una afluencia masiva de inmigrantes sin que aumente el malestar social.

Madrid y Rabat han sido lo suficientemente sabias como para enmarcar su cooperación en una estrategia mucho más amplia. Económicamente, España ha aumentado su participación en el comercio con Marruecos de forma muy significativa. En cuanto a sectores como la pesca o la agricultura, considerados hace tiempo como puntos de fricción y rivalidad, se han convertido en áreas de cooperación fructífera. Varias docenas de empresas españolas de diferentes tamaños han invertido en Marruecos, algunas de las cuales ni siquiera podrían haber asegurado su viabilidad, después de la crisis de 2008, sin la posibilidad de haberse reubicado en un país que está a sólo catorce kilómetros de distancia.

Si ponemos este ejemplo es porque es el único camino razonable en aras de buscar el mejor interés para Europa y África. Los europeos no pueden hacer frente al drama de los flujos migratorios y del terrorismo puramente mediante políticas de seguridad, haciendo caso omiso a las causas de estos problemas.

El desmantelamiento de Estados como Libia, Somalia y la República Centroafricana, a menudo acelerado por las intervenciones europeas, es una causa recurrente de conflictos. Más allá de la retórica, Europa debe invertir en favor de la estabilidad en el continente negro.

Esta batalla, sin embargo, sólo puede ganarse económicamente. No se trata de ejercer la caridad: África tiene el mayor potencial de crecimiento en el mundo. Se trata de caminar unidos hacia un punto en el que todos ganen. El codesarrollo es también una oportunidad para las economías europeas. Para llegar a ese objetivo, tenemos que olvidar los caminos caducos y los estereotipos; y promover, en su lugar, una genuina cooperación en la que exista un beneficio mutuo. Sólo de esta manera, a través de la inversión y el desarrollo, se pueden controlar las fuentes de los flujos migratorios y secar las del terrorismo. Debemos ofrecer primero a los ciudadanos africanos un poco de paz y la posibilidad de una vida digna. De lo contrario, no hay dique ni paredes que resistan el deseo de alcanzar una vida mejor.

*Editor de revistas en Marruecos, miembro del consejo de administración del Atlantic Council of United States y CSIS en Washington