Alfonso Ussía

Amor y escaños

La Razón
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Lo escribió Churchill: «La derrota de Errejón/ le ha llevado al vertedero./ Tras honda meditación/ en amable reunión/ con Juan Carlos Monedero/ hallamos la solución:/ Nombrar a Irene Montero/ por su gran preparación/ y por ser, sin discusión/ la mujer que yo más quiero». Y remachó en su inmortal poema: «Vencí, y hago lo que quiero/ sin pudor ni disimulo./ Y elijo a Irene Montero/ porque soy su machirulo/ como sabe el mundo entero». El amor.

Admito que albergo dudas respecto a la autoría de estos acertados versos. Los he releído, y en efecto, no concuerdan con el estilo literario de Churchill. Tampoco con el de Monedero, porque sus octosílabos están perfectamente medidos y las rimas consonantes en su sitio. Descartados Churchill y Monedero, la búsqueda del autor nos lleva a las nubes del anonimato: «Si de Sir Winston no son,/ y no son de Monedero,/ ¿serán de Iñigo Errejón/ muy enfadado –y con razón–,/ por su exilio venidero?». El odio.

No descarto a Echenique, del lado de Iglesias, ni a Tania, del equipo de Errejón. La segunda tiene sobradas razones para sentirse desplazada. «Amé a Pablo de verdad./ Fue mi amor y compañero./ Le entregué mi castidad,/ con cariño verdadero,/ y un día, con frialdad/ me dijo en tono altanero./ Me marcho con la Montero/ que es una preciosidad/ y me quiere y yo la quiero». El amor. «¡No me dejes!, le imploré./ Te dejo, y no es un ardid./ Y muy sola me quedé/ en Rivas Vaciamadrid». El odio. La realidad es muy dura.

Y así estamos. Hasta Rita Maestre ha sufrido el revés de la derrota. «Me llamaban de La Sexta/ quince veces cada mes/ y ahora Ferreras pretexta/ que ya no tengo interés». Estos versos, lo reconozco con dolor, son míos. Rita es un junco, y habla como muchas de mis amigas, y de ahí que me mueva desde la simpatía hacia su tragedia. Lo del asalto a la capilla de Somosaguas no fue un acto de odio, según los tribunales, y el señor Arzobispo de Madrid perdonó públicamente su travesura. El que no sabe dónde se ubica es el concejal del humor negro con las niñas asesinadas de Alcasser y las piernas amputadas de Irene Villa. Sí, el del cenicero rebosado de cenizas de los judíos de Ausch-witz-Birkenau, Mauthausen y Treblinka. Y los versos no pueden ser del argentino importado por Ada Colau, que humilla a la Bandera de la nación que le ha abierto los brazos para que pueda sobrevivir. «Soy Pissarello, argentino/ peronista y montonero/ y ya sé que mi destino/ es con Pablo y la Montero». Y no yerra.

El amor antiguo, la supremacía del hombre sobre la mujer, se ha establecido en «Podemos» definitivamente. Es lógico. En Venezuela, el machismo tradicional es norma de vida. En Irán, las mujeres tienen menos derechos que en España las tortugas. Sus ingresos principales han llegado de Venezuela y de Irán. Y en Podemos –como hemos comprobado con su gozo por las torturas de Maduro a los presos políticos–, son leales hasta la exageración. – «López seguirá en prisión./ Y en ese punto, Errejón/ Pablo Iglesias, la Montero/ y Juan Carlos Monedero/ son de la misma opinión./ Mientras nos manden dinero/ Leopoldo, prisionero,/ sin ninguna discusión».

No entiendo los motivos que han llevado mi artículo hasta los derroteros de la rima y la métrica. Mi intención, en un principio, era la de elogiar la presencia permanente y benevolente del amor en los ánimos de los dirigentes de Podemos. Pero Churchill, o quien sea, me ha desviado. El hombre de verdad siempre ha protegido a sus amadas. Así ha ocurrido siempre. Y lo que se dispone a hacer Iglesias con Montero no es otra cosa que seguir la costumbre de la vida en una nación donde la pasión es flecha triunfadora.

Enhorabuena por vuestro amor.