Alfonso Ussía

Bandera en lo alto

La Razón
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Después de unos años marcados por el desconocimiento, el revanchismo y los complejos, el Ministerio de Defensa ha ordenado que en todas las sedes de instituciones militares, regimientos, unidades y buques de la Armada se ice la Bandera a media asta como muestra de devoción, honor y respeto a quien ha muerto en la Cruz. A Jesús, hoy resucitado.

La identificación de nuestros militares –la Guardia Civil siempre incluida en ellos–, con la fe cristiana viene de siglos. De antes de las Cruzadas. España navegó por los océanos con la cruz ensamblada en sus velas. «Por Dios y por España» era la señal del ataque, de la defensa y del aliento. Infantes con la Inmaculada, caballeros con Santiago, artilleros con Santa Bárbara, ingenieros con San Fernando, marinos con la Virgen del Carmen, aviadores con la Virgen de Loreto, guardias civiles con la Virgen del Pilar, legionarios con el Cristo de la Buena Muerte...

En Málaga, de nuevo, los legionarios han llevado sobre sus hombros, sus brazos y su sudor la imagen del Cristo de Mena, destruída durante la amable y tolerante Segunda República en Málaga. En 1941, y a partir de una pierna que se rescató durante la quema, el escultor Francisco Palma reprodujo la imagen original, que este año ha cumplido los 75 años desde su bendición. Quien ponga en duda la devoción de nuestros soldados, que acuda el Jueves Santo a Málaga, el día del Corpus a Toledo, con nuestros alumnos de la Academia de Infantería, el 16 de julio a Marín y el 12 de octubre a la Academia de la Guardia Civil. Bastan y sobran esos cuatro esfuerzos para comprender lo que el odio, el rencor y la aconfesionalidad mal interpretada se resisten a entender. España es una nación aconfesional, pero no laica, agnóstica ni atea. La Milicia sin la Cruz no sería Milicia, y no hay fuerza política, social o administrativa que pueda separar a nuestros Ejércitos del primer ofrecimiento de su sacrificio y heroísmo. Por Dios, primero, por España, después.

Y nada hay de obligatorio. En mis tiempos de la Mili, a principios del decenio de los setenta del pasadísimo siglo XX, cuando los dos mil reclutas de cada llamamiento se reunían en la explanada de la capilla para asistir en formación a la Santa Misa, los oficiales de cada compañía autorizaban a los que profesaban otras creencias a permanecer en las compañías. En aquellos tiempos se rendían armas durante la Elevación, movimiento que se perdió durante los Gobiernos de la UCD.

En algunos sectores de nuestra sociedad, los que defienden las dictaduras comunistas y el hambre de sus pueblos, los que prefieren llorar la prisión de un terrorista a la tumba de una víctima, los que anhelan volver a 1936 para quemar iglesias, imágenes sagradas y hacer de los religiosos y creyentes piras y hogueras , los que desean a los islamistas éxitos en los ataques a los cristianos, la orden del ministerio de Defensa ha caído mal. Y se han hecho un lío con lo aconfesional, lo agnóstico, lo antiguo y lo moderno. Una Bandera a media asta, a medio mástil, es un silencio solemne. A nadie le hace daño. A nadie ofende. Para todos ondea y nadie puede sentirse insultado por su significado. El que se sienta ofendido por ello, se está ofendiendo a él mismo.

Hoy, Domingo de Resurrección, la Bandera de nuevo en lo alto, en su lugar. Me refiero a la Bandera de todos, no a la efímera tricolor que se inventaron los golpistas de 1931 –demostrado ha quedado la trampa en las elecciones municipales–, y los también golpistas que en 1934 culminaron el golpe de Estado del Frente Popular. Me refiero a mi Bandera, a la que juré lealtad con pleno convencimiento de lo que hacía. Poner a Dios por testigo de mi beso de lealtad y servicio. La Bandera que en 1785 diseñó Carlos III con los colores de la Señera del Reino de Aragón, sustituyendo con ella a la blanca con la Cruz de Borgoña.

Hoy, de nuevo, y hasta la próxima conmemoración de la muerte en la Cruz de Jesús de Nazaret, la Bandera de España ha recuperado su altura. Durante dos días, a media asta, y gracias al coraje y la valentía de la ministra de Defensa y sus directos colaboradores, ha llorado a media asta y desde el sentimiento de nuestros soldados, la muerte de Dios y el sentimiento de la buena España.