Ángela Vallvey

Banderas

La Razón
La RazónLa Razón

La bandera es un invento quizás germano, que popularizaron los franceses y terminó copiando todo el mundo, como suele ocurrir con los buenos descubrimientos. Un pendón es un trozo de tela, un simple trapo con colores, pero su simbología es mucha, puesto que representa a un grupo de personas, y también a un conjunto de ideas. Hoy, no suele haber banderas personales, individuales (no valen las matrículas de coches ni los anagramas frikis). Como mínimo, un estandarte personifica a una familia, a un linaje; aunque también están esos dibujos, de ínfulas heráldicas, que se pueden conseguir de baratillo en el puesto de alguna feria o en un sitio raruno de internet, que garantizan el rancio abolengo de cualquiera (en el fondo llevan razón: todos provenimos de la misma estirpe humana, muy vieja ya sobre la Tierra, da igual que seamos príncipes o mendigos, todos nosotros tenemos detrás una historia, que suele ser más o menos la misma gran y pequeña historia de la especie).

Hay banderas que se acompañan –refuerzan su simbolismo– con un himno hermoso, como ocurre con la norteamericana. El himno de los EE UU canta a la bandera del país en unos versos conmovedores que, más o menos, manifiestan: «Oh, decidme, ¿veis con la primera luz de la aurora lo que izamos con orgullo al último rayo del crepúsculo? (...) Y la bandera estrellada y listada ondeará triunfante sobre la tierra de los libres y la patria de los valientes»... La letra la escribió Francis Scott Key, que era ayudante del general Smith durante la guerra de Norteamérica contra Inglaterra. La visión de la bandera de su país lo llenó de tal felicidad, después de sobrevivir a varios desastres bélicos, que escribió unos versos que terminaron convertidos en himno. El himno y la bandera son oraciones nacionales que ensalzan la tierra donde se encuentra la familia, un refugio. No conozco ningún país del mundo que no respete a su bandera, excepto España, donde incluso se ha convertido en tradicional objeto de desdén y mofa. Esto es posible por el menosprecio institucionalizado al conjunto (España) de unas partes que se detestan entre sí porque no identifican a «este país» con el sitio donde está su hogar.

Las banderas desplegadas dan cuenta de aquello que dejamos a la vista de todo el mundo, de lo que se realiza con pasión. Por eso unas banderas se odian y otras se defienden hasta la muerte.