María José Navarro

Cantera

La Razón
La RazónLa Razón

A la espera de la sentencia sobre el presunto delito de violación colectiva de La Manada en las fiestas de Pamplona (cuatro de ellos están la espera de ser juzgados por otro presunto caso de abuso sexual en Pozoblanco) acabamos de saber de la existencia de otros tres lumbreras que han hecho de las suyas en Aranda de Duero. Carlos Cuadrado, Raúl Calvo y Víctor Rodríguez (que se sepan sus nombres y que no se olviden) son jugadores del club Arandina de fútbol y, con la que está cayendo, han declarado haber tenido relaciones sexuales consentidas con una niña de quince años. Ha sido la madre de la cría la que, examinado el móvil de la chiquilla, comprobó que el vídeo de la presunta agresión podría haber sido difundido en grupos de mensajería rápida por los protagonistas masculinos. Volvemos al punto de partida del caso de las fiestas de la capital navarra: cuál es el mecanismo que lleva a varios individuos a pensar que una mujer puede disfrutar de una situación en la que en ningún momento hay proporcionalidad en las fuerzas, que me digan dónde aprendieron eso, quién les contó que una chica de dieciocho años está preparada para soportar que la penetren cinco hombres sin sufrir. Y paremos ahora en Aranda de Duero: quién es capaz de pensar que una niña de quince años, de quince años que se dice pronto, está formada, completa, madura y consciente para mantener sexo con un solo señor. Quién le ha contado a estos tres homínidos que se puede abusar de la inocencia, del desconocimiento, de la falta de voluntad formada de una cría que hasta anteayer estaba jugando con muñecas. Tres tipos en una casa aprovechando que la cría está equivocada, confusa y lo que es más importante, a tratamiento psicológico. Me da igual si ella consintió tener sexo con uno de ellos, me da lo mismo porque lo importante es que aún se mueven entre nosotros tipos asquerosos sin el más mínimo atisbo de moral, de conciencia, de rectitud. Y lo peor de todo: las manadas se justifican entre sus miembros aunque la repugnancia de sus actos sea inhumana. Eso es lo que da más miedo. Y miedo da también que haya cantera. Y venga, sí, hay que ver qué lata damos las feminazis.