José María Marco

El mundo tal como fue

La Razón
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Cada vez que los yihadistas cometen un atentado volvemos a escuchar el argumento según el cual lo que los terroristas atacan es nuestro sistema de vida. No debemos cambiarlo, por tanto, ni dejarnos llevar por el miedo. Es posible, sin embargo, que un poco más de temor nos volviera más prudentes y nos llevara a contemplar las realidades del mundo en el que vivimos, que no son, como se demuestra cada vez que hay un atentado, aquellas en las que creemos vivir.

Es difícil porque las cosas resultan bastante contradictorias. Es injusto decir que Bélgica es el paradigma de la Unión Europea. Pocos países de la Unión, si es que hay alguno, están tan hiperfederalizados, hasta la capilarización, como lo está Bélgica: por ejemplo, los seis cuerpos policiales de Bruselas (antes eran 19) no comparten toda la información. Hay por tanto un problema específicamente belga, aunque todos los europeos sufran sus consecuencias. En cambio, se ha dicho y no sin razón que la Unión parece estar diseñada por un belga, y más precisamente por un nativo de Bruselas, es decir, por una mente en la que la dimensión nacional, global, no parece afectar a las realidades de todos los días, que se mueven según parámetros diferentes, de cultura, lengua o afiliación política.

También es injusto responsabilizar a la población musulmana, que lleva mucho tiempo en territorio europeo, sometida además a una consistente discriminación social y cultural, sin que hasta hace pocos años haya prendido el radicalismo de origen salafista que está en el origen del terror que se practica en Europa. Aunque también es cierto que el terrorismo yihadista refleja un problema religioso, materializado en una guerra de religión como los europeos no conseguimos imaginar aunque nos maten a bombas de metralla.

Se afirma también con gran rotundidad que debemos defender el modelo de sociedad laico. Sin duda que es esto muy razonable, aunque no tiene en cuenta el hecho de que en el mundo en el que vivimos, la religión –es decir, las religiones– no se acomodan ya a la sociedad neutra y sin elementos comunes, proclive a guetos y «no-go zones», que el laicismo ha querido instaurar en los últimos cincuenta años. Afirmar que queremos seguir viviendo como hasta ahora es muy respetable, porque los seres humanos somos bastante conservadores, pero resulta difícil de compaginar con una realidad nueva.