El desafío independentista

El nacionalismo tiene un plan

La Razón
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El nacionalismo sigue su plan aprovechando la división de los partidos nacionales y la creencia generalizada entre los españoles que ha bajado el suflé. Mientras Madrid se comporta como una corte de intrigas palaciegas y olvida su obligación de ejercer de capital de un estado moderno, la prioridad de los separatistas es doble: por un lado intensificar la propaganda pagada por la Generalitat para llegar a un mínimo del 50% de los votos en la próxima cita electoral, que puede ser otras autonómicas u otra «consulta» cuando ellos quieran, y para ello usan los medios del Régimen con encuestas trucadas del CEO, a través de las proclamas y las campañas de odio de la ANC y usando un largo etcétera de tretas y artimañas; y por otro lado están en los «hechos consumados», es decir creando un estado paralelo (estructures d’estat) y leyes que lo deben sustentar, como si el marco institucional y legal español no existiera, haciendo mofa y befa de España a la que se la insulta impunemente.

El plan es simple, mientras se avanza hacia el «golpe de Estado pseudodemocrático» (lo llamó así Reuters), un «golpe de fuerza contra la democracia» (según «Le Figaro»), el proceso se desarrolla de forma unilateral, negando la soberanía nacional de los españoles y en nombre del «pueblo» los separatistas se posicionan por encima de la ley, los tribunales y las instituciones democráticas. Este golpe está organizado en nombre de la patria (Cataluña) y ejecutado por una minoría (partidos votados por el 37% del censo, 2 millones frente a 3,5 millones de catalanes que no han votado separatismo), pero que la ley electoral le ha otorgado el 53% de diputados. Esta situación provoca inseguridad jurídica en Cataluña al situarse el poder ejecutivo y parte del legislativo por encima de la ley, además de una clara inestabilidad económica, laboral, social y una fractura de la convivencia que va in crescendo; todo ello con el añadido de la sumisión a la agenda rupturista de la extrema izquierda sovietizante de la CUP, cuyo papel será el desorden en la calle.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? La ley no se ha aplicado (educación, banderas, 9N) y no ha habido consecuencias para los infractores. Lo dijo Artur Mas: «El 9N el Estado estuvo contra las cuerdas como el 23F». Ningún estado democrático y social de derecho se mantiene con el «laissez faire» como política ante quienes amenazan su existencia. Para evitar la catástrofe se requiere primero unidad absoluta del arco constitucional (al menos PP, PSOE, C’s, que son el 69% de los votos y el 73% de los escaños), empezar a distinguir entre catalanes libres de nacionalismo y nacionalistas catalanes, una rápida y firme actuación del estado que emita mensajes claros para restablecerlo en Cataluña (entre otros proteger la seguridad, bienestar y convivencia de los catalanes, inhabilitación de los golpistas para cargo público y que afecte a su patrimonio según lo previsto en la ley), todo ello evitando excitar el victimismo, abandonando los pactos con el nacionalismo en temas de Estado que han agrietado nuestra convivencia, priorizando recursos de verdad para contrarrestar la permanente campaña de propaganda nacionalista y por último desarmar legal e institucionalmente el programa de «nation building» que el nacionalismo lleva 36 años implementando.