Venezuela

El regañador

La Razón
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Perviven costumbres y tradiciones en la diplomacia tan obsoletas como ridículas. Una de ellas, la de convocar a un embajador al Palacio de Santa Cruz para regañarle por algo que no ha dicho el embajador. El máximo representante del gorila Maduro en España ha sido llamado, por enésima vez, para que acuda a la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. Llega, es regañado con mucha cautela, y posteriormente se va de vinos y piscolabis por los mesones del viejo Madrid. Otra cosa sería si en lugar de regañar al embajador de un grosero, se le propinaran un par de collejas. En tal caso, los mandatarios de las naciones que mantienen relaciones al máximo nivel, no dirían tantas tonterías. Porque lo de hacer un rosario con los dientes de Rajoy es una bobada que no se puede tener en cuenta. Para mí, que mientras el diplomático especializado en chorrear a los embajadores, muy serio y ceremonioso él, regañaba al representante extranjero, éste procedió a miccionarse como consecuencia de la risa contenida. Antaño, los embajadores eran convocados para anunciarles que la guerra entre los dos países había sido declarada, o que las relaciones diplomáticas atravesaban por un estado de decrepitud que lo más conveniente era revocarlas con carácter inmediato. Pero llamar a un embajador como el de la tiranía comunista venezolana en España, para que pierda el tiempo en la sala de espera del antedespacho del regañador de turno, con el único fin de tirarle metafóricamente de las orejas que no son las suyas, se me antoja una majadería fuera de tiempo y lugar. Porque un regaño, un chorreo, jamás puede estar sometido a las suaves normas establecidas por el lenguaje diplomático. Se regaña de igual manera al embajador de Venezuela por la última gorilada parlante de su bestia, que al de las Islas Molucas por la detención de dos submarinistas españoles encarcelados por haber atravesado de un arponazo un ejemplar de salmonete moluqueño en vías de extinción. Eso sí; si el embajador se presenta para ser regañado, y el regañador de turno le agarra por las solapas y bofetada va, bofetada viene lo pone en su sitio, las relaciones internacionales serían mucho más consecuentes. «Señor embajador, prepárese porque le voy a dar en nombre de España un par de soplamocos por culpa de su presidente. Y le dice de nuestra parte que a la próxima, las relaciones entre España y Venezuela las vamos a mandar a tomar por saco. ¿Enterado, embajador? Pues actúe en consecuencia».

El embajador Lojendio se presentó en la cadena de televisión de la Cuba revolucionaria para darle candela a Fidel Castro, al que solapeó por haber insultado injustamente a España. Lojendio fue destituido, pero quedó divinamente. El embajador español en Londres, Miguel Primo de Rivera y Saénz de Heredia, herido por unos comentarios del Primer Ministro coincidentes con su llegada a Inglaterra, lo primero que hizo al visitar el Palacio de Buckingham para presentar sus cartas credenciales, fue preguntar por la ubicación del cuarto de baño. Cuando finalizó, años más tarde, su misión diplomática, muchas mujeres de la realeza, la aristocracia, las finanzas y la respetable clase media londinense guardaron meses de riguroso luto, y no presumió, por ser un señor, como el Tenorio de Zorrilla. «De la princesa Real/ a la hija de un pescador,/ ha recorrido mi amor/ toda la escala social». Fue un gran embajador de España y del amor. «Si no he conseguido que los ingleses amen a España, al menos he logrado que las inglesas me amen a mí». Y no le llamaron del «Foreign Office» para regañarlo.

Ridículas convocatorias. O ruptura de relaciones con un régimen tirano y torturador, o chitón.