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España nos mata

La Razón
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En un cine de Memphis han retirado «Lo que el viento se llevó» por ser «insensible» con el racismo. Pobre Señorita Escarlata. Las películas de Mary Santpere quedarán abolidas en la dictadura catalana porque se exageraba en lo cómico el acento catalán. Los acentos hacen revoluciones. El siglo XXI es el de la regresión y la represión, de todo lo que termina en fobia. Hispanofobia, por ejemplo. La izquierda, que en sus albores asesinaba por ser internacional, el colectivo antes que el territorio, arriba los pobres del mundo, ahora es pueblerina e inculta. El titubeo insolidario de Podemos con el asunto soberanista sólo es una muestra del cateteo. La transición española, dicen, fue un desastre, pero la transición catalana hacia una dictadura es ejemplar sin embargo. La ley ilegal del Parlament, que parece escrita en servilletas de papel por un bebedor de absenta, es el síntoma más cercano de que los totalitarismos no se enterraron con la caída del muro, sino que deviene en moda vintage. Esos folios grasientos no aguantan ni la gomina del sátrapa norcoreano, si bien éste tiene misiles nucleares y los soberanistas a los gamberros de la Cup.

Una dictadura a orillas del Mediterráneo es el mejor regalo que pueden hacer a sus hijos. El hereu tendrá que lidiar con la autarquía y un delirio como de la Falange. Nada se dice de cómo pagar la deuda ni de la paga de los pensionistas, ni de la seguridad, a pesar de que la Sagrada Familia estuvo a punto de alcanzar al fin el ímpetu espiritual de llegar al cielo en una carnicería de mártires. Incluso en esos mundos de yupi en los que se imaginan independientes la culpa de otro atentado la tendría España. Del España nos roba a España nos mata. Quién sabe si el nuevo mantra calará en su electorado, pero hasta el 1 de octubre y más allá el Estado será culpable de los cuerpos derramados. Al cabo, la mayoría eran turistas sin derecho a voto. Ni el pajarito de Maduro podía dar mejores consejos a estos aprendices bolivarianos. Hasta el día fijado para el referéndum oiremos argumentos que nos helarán la sangre. No tengan la menor duda de que la investigación y la propaganda de los Mossos, tan infalibles, se usarán como leña para el «procés». Cualquier cabo suelto se convertirá en la prueba de que la culpable de que Cataluña incubara radicales en Ripoll la tiene el Estado. La comunicación no fluye, pero en sentido contrario. Los gendarmes de la nueva dictadura han dado órdenes expresas para sacar punta de las pesquisas y demostrar su teoría. España nos mata. Es el último escalón antes de lanzarse al precipicio de unos de esos suicidios colectivos de manual sectario. Los apoltronados quieren seguir en su trono de gusanos hasta que el hedor les corroa las fosas nasales.