Alfonso Ussía

«Fraü Mayer»

La Razón
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Si fuera por su enciclopédica incultura, y sólo por ese nimio detalle, la señorita Celia sería un juguete cómico. Se llamaba en el mundillo del teatro «juguete cómico», la obra breve, intrascendente y casi siempre innecesaria que no alcanzaba la dignidad de la comedia. Un entretenimiento chusco y procaz para públicos fáciles y de carcajadas mostrando las encías. Pero si el juguete cómico es también un saco de odio, de ineducación, de grosería interior y exterior, y de chulería de pija camuflada, el humor, por bajo que sea, desaparece, y nos topamos con un vertedero público. Gobernar con el Orden del Día dividido en siete puntos de odio y de revancha tiene que resultar devastador para un político.

Mayer no es apellido español. «Fraü» Mayer peligra sentada en las cercanías de Guillermo Zapata, el que sueña con ceniceros rebosados de cenizas de judíos recién pasados por los crematorios de Treblinka y Buchenwald. Mayer es un apellido alemán que no salvó de la cámara de gas a muchos de sus portadores. La verdad es que sólo conozco, y no de haberlo saludado, a un Mayer famoso. Un productor de cine judío que en unión de su amigo, el también judío Goldwin, fundó la famosa productora Metro Golwin Mayer. Es probable que Celia Mayer sea descendiente de un Mayer cualquiera que vivió en España gracias a la intervención y el heroísmo de un embajador español de tiempos de Franco, aragonés y valiente, que se llamaba Ángel Sanz Briz, conocido por el Schindler español, cuando lo justo sería que a Schindler se le llamara el Sanz Briz alemán. Más de cinco mil judíos se salvaron del Holocausto gracias a don Ángel. Y uno de ellos, llamado Mayer, se instaló en España. Se trata de una figuración que puede convertirse en realidad. Y también conozco a Mayer, un delantero del Bayern de Munich.

Celia Mayer es ordenada y tozuda, características muy germanas. Cuando un alemán odia, hay que echarse a temblar. Y si se empecina en el error, lo mejor es huir de sus garras. Esta pobre Mayer es la responsable del repugnante espectáculo que ofrecieron a los niños del barrio de Tetuán dos titiriteros despreciables que cobraron de los impuestos de los madrileños el vómito de su guiñol. Apología del terrorismo etarra, complicidad con el yihadismo islámico, jueces ahorcados, monjas torturadas y violadas para celebrar el Carnaval. Esta Mayer de «Podemos» no puede seguir en el Ayuntamiento. La identidad de los titiriteros apenas importa. Nunca ha sido interesante conocer la identidad de los imbéciles. Pero ella no dimite. Son muchas sus equivocaciones y más sus deleznables decisiones. Carmena le apoya, Rita le apoya, Iglesias le apoya, Sánchez le apoya y Carmona, el blandiblú, pide explicaciones y se calla.

Esta Mayer es la síntesis del odio ignorante. Es verdad que el odio culto es más peligroso, pero el odio ignorante, por discrecional, hiere más sensibilidades. Le empiezan a llover las querellas, pero los estalinistas –«esos pijos sin educación que intentan convertir nuestra democracia en un Gulag» (Alfonso Guerra)– están con ella. Bueno es recordar, ahora que se cumple el centenario de la muerte de Rubén Darío, aunque sea en caricatura, la cadencia de uno de sus más conocidos poemas: «Esta Carmena tenía/ una banda de ignorantes,/ un odio que le vencía/ y un rebaño de farsantes./ Un Gobierno troglodita/ con rabos de Belcebú;/ y dos, no una princesita/ Celia y Rita,/ Celia y Rita/ y a Carmona el blandiblú».

«Fraü» Mayer no tiene sitio ni lugar reservado en un cargo público. Es la síntesis de la indecencia intelectual, de la ignorancia supina y del más descontrolado de los odios.