Podemos

Grafiteros parlamentarios y otras tribus

La Razón
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Por si quedaba alguna duda, el debate de ayer en el Congreso volvió a demostrar que no es la liderada por Pablo Iglesias una formación preocupada por mantenerse dentro de los cánones y márgenes convencionales del juego político. Podemos –que nadie se engañe– juega en una liga distinta. Su escala de valores en cuanto a estrategia y métodos para «asaltar los cielos» no tiene nada que ver con la de otras formaciones, sean de derechas o de izquierdas. El debate de ayer en el Congreso a propósito de la moción de censura vino a ratificar que ahora lo que toca es liderar la competición por demostrar quién es más «anti Rajoy».

Irene Montero vio cumplido ayer ese sueño que muy probablemente albergaba cuando se afilió con 16 años a las Juventudes Comunistas. Subirse a la tribuna del Congreso de los Diputados con la vejiga bien vacía para disparar a discreción, sin límite de tiempo y al más puro estilo «Fidel», nada menos que contra el presidente de un gobierno de la derecha. La intervención de Irene pretendió arrogarse tintes de populismo melodramático como aquellas del Che Guevara en Naciones Unidas precediendo a esa otra de Chávez en el mismo foro con aquel «aquí huele a azufre». Sin embargo, va a pasar a la historia de nuestro parlamentarismo por el mérito de haber conseguido glosar tan alto número de inexactitudes en «solo» 130 minutos de tiempo, dando por supuesto por amortizadas las 29 ocasiones en las que la portavoz «podemita» citó el término «qué vergüenza».

Irene hizo su papel y Pablo, el suyo, esencialmente proponiendo un elenco de propuestas a las que, eso sí, «espero que no me pongan pegas los compañeros socialistas», frase clave y definitoria. Visto y oído lo de ayer en la Carrera de San Jerónimo, incluido el desdén de los diputados de Compromís y sus casi nulos aplausos a las intervenciones de Montero y de Iglesias, sería un error colegir –en la línea de no pocos titulares de prensa que ya estaban elaborados desde antes del debate– que Iglesias ha corrido la suerte de Hernández Mancha en lo que será el balance final de la moción. Es cierto que ayer en la bancada socialista ya no se reflejaba el grupo que se abstuvo en la investidura de Rajoy, pero el rédito político –si es que lo hay– sólo podía ser recogido por los mismos dos polos opuestos que durante los últimos cinco años han supuesto el quebranto del PSOE. De un lado, la formación de Iglesias arrogándose casi con indecente glotonería el marchamo de campeones de la liga anti marianista y, de otro, el propio Gobierno con Rajoy a la cabeza, sabedor de que el oxígeno para los morados es tan letal para los socialistas como inocuo para el Partido Popular. Más allá de eso y aunque paradójicamente Iglesias sacase a pasear a Leopoldo Alas, Galdós, Machado, Quevedo y otros referentes literarios de su «segundo de BUP», lo de ayer más que una página de estilismo fue una tapia de grafiterismo parlamentario.