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Ídolos

La Razón
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No se si a Vds. les pasa. A mí, los ídolos aceptados generalmente como tal, me causan dolor de estómago. Sabina, por ejemplo, es un tipo venerado de manera rotunda por los atléticos que en el mundo son como un referente. Para mí no lo es porque dudo que haya pisado alguna vez el Calderón o que haya pasado el frío que pasamos los abonados sin subvención. Su himno no me gusta y me gusta mucho más el «Maneras de vivir» de Rosendo, que ese sí que no maquilla lo que hace y pisa grada. Andrés Calamaro es un tipo respetado y muy venerado en España, no digamos en su país, Argentina, donde es parte de la bandera. Calamaro nos mostró una cara cuando vino a establecerse y triunfar aquí: trasgresor, gracioso, ocurrente, macarrita, malote. Y un excelente compositor de canciones. Excelente, no hay duda. Pero Calamaro se ha pensado que en España somos imbéciles. Y creo que piensa que en su país también existen los tontos. Además de renegar de todo lo que fue ideológicamente, de establecer teorías sobre la política española desde una atalaya rancia que no esperábamos sus seguidores, de ser taurino y dar lecciones de tauromaquia, de pisar los más exclusivos callejones de las plazas sin poner un duro, y de exagerar hasta el estrambote sus llegadas a las corridas (nos contó que vio peligrar su vida por culpa de los animalistas) ahora ha establecido una nueva teoría: tratar bien a los perros es restar amor a nuestras familias. Voy a evitar contar cómo es su relación con su hija, porque quizá sea ventajista. Me remito a lo que dijo Black Amaya, un baterista al que supuestamente Calamaro tiene respeto: se están cayendo los líderes y Andrés hace mucho que nos defraudó. Una vez lo tuve enfrente y me pareció un soberbio incorregible y un tipo que se ríe continuamente de todos nosotros. «El buen español debe ser taurino y del Madrid», me dijo. Evitaré comentar lo que es ser buen argentino porque sus compatriotas ya demuestran a diario su potencial, su aporte y su valía. Cualquier día le vemos en un coloquio con Vargas Llosa dando lecciones de prosa europea. O cómo ser un buen tipo de izquierdas. O cómo deben ser los pobres. Quién sabe. Calamaro quiere ser Charly García. Pero no podés, Andrés. Ni en pedo.