José María Marco

La cultura por las cañerías

La Razón
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Para la Fiscalía, el Palau de la Música Catalana fue en los buenos tiempos del nacionalismo la «cañería» por la que transitaba el dinero desde alguna gran empresa hasta Convergencia (CDC), por entonces eje central de la vida política catalana y –no hay que olvidarlo– pilar de la democracia española.

Desde este último punto de vista, la sentencia de ayer sobre el «caso Palau» tiene algo más que una simple dimensión catalana. Y como se ha evitado el colapso institucional y político que la crisis económica y la de representación política abrieron a partir del año 2008, ahora se puede ver con más claridad todo aquello. Fue toda una forma de gobernar España supeditando la mayoría a los nacionalistas, y dejando en un discreto segundo plano aquello que se conocía de sobra y ha ido saliendo a la luz desde entonces. Con razón decía el muy perspicaz Tocqueville que las grandes mutaciones no llegan en el momento de las grandes crisis, sino algo después, cuando se empieza a despejar el horizonte.

También es verdad que como el nervio de la política española pasaba por el nacionalismo catalán, es este el que se encuentra situado en el epicentro del cambio. El proceso independentista puede entenderse, efectivamente, como un intento de tapar la corrupción mediante una vía que parece reflejar muy bien lo que muchos pensaban que era la gran aspiración nacionalista, convertir Cataluña en el gran paraíso fiscal europeo.

Y sobre todo plantea con crudeza extrema, casi letal, la relación entre la cultura, la llamada cultura catalana, y el nacionalismo. Del «caso Palau» se deduce una manipulación tan descarada de aquello que debería ser objeto de un cuidado y un respeto especial, que lleva a pensar que, además de la cuestión de la cañería de dinero negro, la cultura estaba supeditada al objetivo político de crear la nación. Y esta a su vez justificaba la existencia de esa misma cultura. Por supuesto que hay y habrá formas expresivas o artísticas de orden propiamente catalán. Ahora bien, sin las cañerías y sin el dinero que corría por ellas, además del apoyo de las instituciones catalanas y del Estado central, seguro que esas expresiones, tan hermosas por otro lado, no habrían sido nunca llamadas cultura nacional.