Convenios colectivos

La ley del silencio

La Razón
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Elia Kazan se sirvió de la imprescindible «La ley del silencio» como aguamanil en que limpiar su colaboración con el Comité de Actividades Antiamericanas del senador Joe McCarthy, un enfermo mental que hizo sufrir a Hollywood en una disparatada caza de brujas comunistas. En la gala de los Oscar que le entregó uno honorífico la mayoría de invitados no se levantó y buena parte abandono el auditorio. El emigrante griego hizo de «The waterfront» un alegato por la delación a cuenta de la mafia populista controladora de la estiba en el puerto de Nueva York, y Marlon Brando descubrió los placeres masoquistas de recibir una paliza sádica que luego repetiría en su carrera. La estiba de los barcos de madera y velamen, y aún en los vapores carenados de cobre, fue un trabajo casi suicida cargando y descargando sobre una plancha entre la nave y el cantil del muelle propio para desesperados forzudos sin vértigo, también responsables de que no se perdiera el centro de gravedad del buque. Hoy los muelles están poblados de grúas sobre carriles en alineación de flamencos patilargos, contenedores, carretillas elevadoras y sistemas digitales que controlan la estiba. Pero los seis mil estibadores españoles continúan dentro de una burbuja privilegiada, misógina (Algeciras es el único puerto europeo que no acepta a la estibadora), nepotista (se hereda el tajo de padres a hijos o entre parientes), cerrada y secreta, a la que sólo pueden acceder unos elegidos que disfrutan condiciones innegociables con las empresas y salarios de diputado en Cortes. La UE desde 2014 exige la liberalización del sector y ya han empezado a llover multas ominosas. El líder estibador Antolín Goya amenaza con «reventarlo todo» y se han iniciado paros encubiertos y vandalismos previos a huelgas que dejaran en seco los puertos que trajinan el 60% de la importación-exportación. Los estibadores tienen la manija del grifo y es entendible que no quieran bajadas estimadas de los tres mil euros mensuales al mileurismo, pero Fomento no puede ignorar un mandato europeo y la negociación se hace tan imposible como tratar con los dinosaurios su propia extinción. El coste del conflicto hará temblar el Presupuesto porque España es casi una isla y las navieras desviarán sus cargueros a puertos más baratos y seguros. Se abre otro Frente del Agua sobre una ley del silencio, como la retratada por Kazan, que perdura en la estiba desde hace siglos.