Enrique López

La tolerancia de la ética

La Razón
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Cuando hablamos de comportamientos éticos y códigos éticos nos movemos en una aspiración de conformación de comportamientos buenos que deben inspirar un quehacer responsable. El problema de los códigos éticos es que deben moverse en un marco común de valores compartido por la mayoría de la comunidad, social, política, profesional, etc.. Por ejemplo, en ideologías del más puro cuño marxista o bakuniniano, que no están muy alejadas de algunas actuales, una organización política puede considerar un acto de feroz inmoralidad constituir una empresa, el desarrollo de un negocio o la explotación de un recurso natural, y otras ideologías, las más generalizadas, considerarían que esa persona sería lo que hoy se denomina un emprendedor con iniciativa, y que en definitiva hace algo por el bien del país y de su sociedad. La ética es relativa y está correlacionada con una estructura valorativa y, por tanto, propia de cada momento histórico y dentro de un contexto social. Pero si algo debe presidir cualquier intento de configuración ético ha de ser la tolerancia, entendida como la actitud de la persona que respeta las opiniones, ideas o actitudes de los demás, aunque no coincidan con las propias. Un fuero ético jamás puede contener previsiones excluyentes e incomprensibles con lo diferente. Ahora bien, existe otra acepción de tolerar, la resistencia y capacidad para soportar agentes y sustancias agresoras y aquí es donde un sistema puede y debe tener instrumentos para repeler lo tóxico y lo disolvente. Por ello se debe tener la máxima paciencia y compresión con el diferente, pero no con lo excluyente e impositor. Los comportamientos e ideologías excluyentes e impositoras, como las que existen en el mudo del nacionalismo radical, requieren que se las combata democráticamente dentro de los límites legales. Tolerancia no es indiferencia, sino respeto y compromiso con los valores compartidos. Ahora bien, en todos los códigos éticos coyunturales existe un mínimo común divisor, la ley, y existe un máximo común múltiplo, la búsqueda de la excelencia y de la perfección. No cabe duda de que la ley a veces no reprime todo lo considerado malo, pero debemos convenir que la mayor parte. Por ello, cumplir con la ley es un buen punto de partida para avanzar hacia lo excelente. Incumplir la ley en algún momento tampoco convierte a alguien en malo por esencia. Hay personas que han podido cometer un error en su vida, pudiendo ser personas con comportamientos éticos muy elevados, y si bien esto no permite la exención de la responsabilidad puntual, una vez cumplido el castigo y rehabilitada su imagen, no podrá pesar el precedente en modo alguno. Por contra hay personas que no se han visto nunca comprometidos ante un proceso y observan comportamientos y actitudes tan separadas de un comportamiento ético que generan muy poco respeto en el desarrollo de su ejercicio, por ejemplo profesional. Es muy difícil valorar y enjuiciar fuera de la ley y por eso es bueno reprimirse en este ejercicio. La exasperación en la exigencia de rigor para los demás es todavía más injusta cuando uno no se lo exige a sí mismo.