Reforma constitucional

Pedro y Pablo se miran al espejo

La Razón
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El encuentro de Pablo Iglesias y Pedro Sánchez ayer, en el terreno neutral de una sala del Congreso, pretendía ir uniendo fuerzas para echar a la derecha del poder o, cuando menos, ir tejiendo acuerdos para desestabilizar al Gobierno de Mariano Rajoy dinamitando todas sus reformas. Para esta izquierda nuestra, que es, según Félix de Azúa, «la más fotogénica del continente, pero también la más cortita», en la que la vanidad no deja lugar al raciocinio, el acoso al PP tiene que ser despiadado y atosigante. Ni una concesión en el techo de gasto o en los acuerdos comerciales ni una debilidad en la «causa general» montada contra este partido en la comisión de investigación, con el socorrido argumento de la corrupción, atribuida en exclusiva. Se trata de excluir de una vez a la derecha del juego político, siguiendo la peor tradición española de echar y, si es posible, eliminar al adversario político, despreciando sus virtudes y a sus millones de votantes y exhibiendo una insoportable superioridad moral, que se conoce por fariseísmo.

Esta izquierda bifronte y sindical que está naciendo en España, a contrapelo de la realidad y del buen sentido, necesita un enemigo común para sobrevivir, pero lleva en sus entrañas el espíritu de la contradicción: una defiende hasta ahora el sistema constitucional del 78 y la otra está en contra y pretende destruirlo. El desafío secesionista de Cataluña se ha convertido en la prueba de fuego para analizar sus respectivas trayectorias. (Por cierto, el pretendido referéndum del 1-O no consigue ni urnas). El segundo problema para esta peligrosa aproximación de podemitas y socialistas es que pugnan, como se sabe, por ejercer la hegemonía en el mismo o parecido espacio político, lo que provoca entre ellos una inevitable desconfianza de fondo. En resumen, Pedro y Pablo unen sus fuerzas contra Rajoy, pero, en realidad, compiten entre sí. Y se olvidan, mientras tanto, de mejorar la vida de sus electores con propuestas viables y razonables. Uno y otro prefieren seguir gastando espejos y mirándose el ombligo.