Ángela Vallvey

Robos

La Razón
La RazónLa Razón

Creo que la infancia es el único paraíso del ser humano. Un patrimonio rico y democrático, para cualquiera. El adulto saca recursos de su infancia para ir tirando, como si fuera una cartilla de ahorros de las de antaño, de las de fiar. La infancia, el recuerdo de su despertar al universo, lo alimenta y activa, le ofrece combustible vital suficiente para superarse en muchas ocasiones, para vencer los obstáculos que la existencia le va poniendo delante, e incluso para sobreponerse a la idea de sí mismo. Los adultos no tenemos derecho a robarle la infancia a ningún niño. Ni siquiera a nuestros propios hijos. Porque, si lo hacemos, estaremos descapitalizando a esa criatura, dejándola pobre y desasistida. Después de eso, el niño no podrá pedir ningún crédito que compense todo lo que ha perdido con tal fraude. No se recuperará jamás. Las guerras son ladronas al por mayor de infancias. Armas de estafa masiva: atracan a los críos y, si éstos sobreviven, lo hacen en condiciones de perpetuo desvalimiento. La guerra crea generaciones de pobres de solemnidad. Niños que, cuando crezcan, no podrán superar nunca la expoliación a la que han sido sometidos. En sociedades occidentales, en las que la guerra parece un fantasma del pasado, la pornografía ha ocupado el lugar de los conflictos bélicos y está atracando salvajemente a los niños, rapiñándolos. La pornografía termina con la infancia de un minuto al siguiente. Tras ella, no queda nada. Nadie puede dar un paso atrás y recuperarse del latrocinio de haber perdido la infancia a manos tan feroces. La facilidad con que el porno entra en la vida de nuestros niños es sencillamente espeluznante, y tendrá consecuencias devastadoras para su futuro. Estamos inmersos en una terrible contradicción legal: la persecución policial de la pederastia y, a la vez, la facilidad cada día más cómoda con que la pornografía entra en el espacio de la infancia. Internet ha facilitado el acercamiento, por supuesto, pero también la majadera y antieducativa idea de que a los niños hay que hablarles de sexo incluso antes de que pregunten sobre el tema y aunque verbalicen que (por ahora) les importa un bledo. Entre guerras y pornografía, la humanidad se está quedando sin infancia. Dentro de poco no existirán muchos niños, dignos de tal nombre, en todo el planeta. Y un mundo sin infancia, de muchas maneras, será un mundo sin porvenir.