Pedro Narváez

Sí, que se pudra, y mucho

La Razón
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Las imágenes de televisión se repiten en un bucle sin fin. Siempre llueve estos días en Galicia. Es lo normal. Ahora parece sin embargo que el agua forma parte del relato, como un parto de lágrimas que diera a luz a un niño que no nace. El Chicle y su parentela aparecen con gotas que adornan nuestra tristeza, la antítesis de una bombilla navideña. Y la nave del infierno, entre el verdín y el gris, se antoja una localización de esas películas que no dejan dormir. Pienso en el presunto criminal aislado en una celda limpia y confortable donde tal vez le asalten demonios sin mucho miedo. Rumía cómo hacerse el loco para que las cuerdas con las que ató a Diana Quer confiesen que, efectivamente, eran cuerdas pero que él no estaba cuerdo.

Toda España guarda una foto en su mente de este personaje. La guarda en caliente. Es la estampa de la realidad. Buena parte de los políticos que nos representan, sin embargo, huyen de ese ardor. Repiten que la temperatura emocional no favorece tomar decisiones justas sobre la prisión permanente revisable. Tiempo han tenido para enfriar sus propias sensaciones. Sus Señorías se guardan en el frigorífico y de cuando en cuando se descongelan con la misma grandeza que una bolsa de guisantes. Un heroísmo de encimera. Parece que todos llevamos un monstruo dentro. La labor de la Justicia es hacer que desaparezca, dicen. Adormecerlo con un chute de cárcel.

Pero hay diablos que morirán con los cuernos señalando a la noche, de la misma manera que han vivido. Lo quieran ver o no, existen criminales que sólo se arrepienten por la magnitud del castigo. Puede que El Chicle sea uno de ellos. O no. No entiendo qué hay de malo en que una vez cumplida su pena, si le llega, se analice, llegado el día de los justos, si debe volver a transitar las calles de Rianxo. No entiendo esa tendencia más que decimonónica de pensar que un hombre por mucho mal que haya cometido un día será bueno, un Rouseeau. No entiendo que les sea más fácil empatizar con el delincuente que con la víctima. Incluso los que defienden la revisable dan vueltas a planteamientos éticos para explicarse y quedar a salvo de los moralistas, así que no caeré en esa trampa. Sin dar más explicaciones que las que le debo a mi conciencia deseo que las bestias se pudran en prisión. Que den lecciones a sus hijos pero que no nos traten como a infantes de guardería. No es que odie a El Chicle y a los que son como él. Es que hay que estar con los afligidos. Siempre en caliente. Llego a más. La tibieza también debería hacerse hueco en el Código Penal.