El desafío independentista

¿Verdadero o falso?

La Razón
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Santi Vidal presentó su renuncia en menos de 18 horas desde que El País destapó sus polémicas declaraciones. Apenas una hora después, el sanedrín de ERC se reunió para analizar el desaguisado. Pronto se dieron cuenta de la dimensión del desastre, «que adelanta todos los acontecimientos que se podían cernir sobre el referéndum», apunta un dirigente republicano presente en la reunión.

Redes sociales, reacción de ERC, reacción del Gobierno. Así hasta las dos de la madrugada. Junqueras decidió quién tenía que pedirle el acta de senador al juez. Marta Rovira, su número dos, fue la encargada de dar la estocada. Lo hizo en las cercanías de la sede de la barcelonesa calle Calabria. No convenía hacerlo en la sede por la nutrida presencia de medios de comunicación. Vidal estaba arrepentido y era consciente del lío que había protagonizado. El miedo de la dirección republicana radicaba en que tomará «el camino de Rita Barberà», y se «bunkerizara». Sabía que el precio a pagar iba a ser caro, aunque no tanto como que le forzaran su dimisión. Ahora tendrá tiempo para reflexionar. Ha cancelado su agenda y se tomará «unas vacaciones».

ERC lo niega todo. Ni se «robaron» datos fiscales, aunque nadie pone la mano en el fuego, ni se forma un servicio de contraespionaje en Israel, ni se hacen listas negras de Mossos y jueces, ni se ha pactado con la OTAN ni con países de la UE, ni se tienen cerrados créditos por 200.000 millones de euros y, ni mucho menos, Junqueras ha escondido 400 millones en el presupuesto para la independencia. Sin embargo, éstas y otras muchas cosas abren la caja de los truenos. ¿Es Santiago Vidal un adonis irredento con ansias desmesuradas de protagonismo o ha contado el secreto mejor guardado por los estrategas de la secesión? Nadie tiene la respuesta. Quizás la Fiscalía ponga luz con su investigación, pero en ERC el estupor era generalizado. «No se pueden llevar a la política a personajes que se creen Michael Jackson», afirmó un dirigente republicano. Otros lo justificaban. Lo cierto es que su palabrería ha sido una bomba que ha explotado bajo la mesa de Junqueras, que ahora parecía indemne. Ya saben, por la boca muere el pez.