Fotografía

Viva la «apropiación cultural»

La Razón
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«Apropiación cultural». La blasfemia contemporánea. El esputo que arrojan contra el novelista blanco que osa ponerse en la piel de un chino, el escultor anglo que homenajee a los pieles rojas, la pintora rubia que dibuja a un niño negro después del linchamiento. Lo hizo Dana Schutz, que pintó el retrato de Emmet Till, y le cayó la del pulpo. Till, de 14 años, fue asesinado por un escuadrón homicida en el Misisipi de 1955. Había hablado con una mujer blanca. En el Sur de Jim Crow la ofensa podía costarte el cuero. La fotografía de Till, desollado en su ataúd, sirvió como escopetazo para el movimiento por los Derechos Civiles. A Schutz no se le ocurrió mejor aldabonazo que pasar el icónico daguerrotipo al lienzo. Inmediatamente fue atacada por los gendarmes de lo correcto. Capitaneados por otra artista, una Hanna Black (obsérvese el apellido) que denunciaba la confiscación del dolor negro a manos de una blanquita. En su manifiesto, muy jaleado, Black ha solicitado a los comisarios de la exposición, nada menos que la Bienal del museo Whitney, la destrucción inmediata del cuadro. Lean, lean: «El cuadro no es aceptable. No lo es que se preocupe, o haga como que se preocupa por los negros, porque no es aceptable que una persona blanca transmute el sufrimiento negro en beneficio y diversión, aunque la práctica se haya normalizado (...) La libertad de expresión blanca y la libertad creativa blanca se han fundado en la restricción de los demás y no son derechos naturales. El cuadro debe desaparecer». En pocas palabras, Black, y sus amigos, defienden la segregación en cuestiones artísticas. En su furiosa demarcación de lo que puede o no puede representarse patrullan galerías, novelas y discos, periódicos y universidades, con el rabioso celo de cuantos cazadores de brujas avivaron el fuego de los siglos. Kenan Malik, escritor, avisa de lo que llega en las páginas del «New York Times». Por defender la apropiación cultural y apoyar a Schutz, tres editores canadienses han perdido su trabajo en los últimos meses: «Hal Niedzviecki, editor de la revista de la Unión de Escritores de Canadá, escribió un editorial en el que defendía el derecho de los autores blancos para crear personajes de minorías o de origen indígena». Dimitió, vapuleado en las redes sociales. Vergüenza suprema, la revistilla publicó un editorial en el que pedía disculpas por las tesis de Niedzviecki. Así las cosas resulta comprensible que Malik intente alfabetizar a los muchachos. Les recuerda que el rock and roll triunfó gracias a que Elvis Presley cogió sin preguntar. Bienintencionado, pero se queda corto: Elvis mamó el góspel en las iglesias evangelistas de su barrio. Con sus vecinos. Benditos sean los dioses de la música, que permitieron que un muchacho de Memphis creciera enamorado de la música afroamericana y el country de estirpe irlandesa. Bendita la exuberancia de un arte que manaba en todas las direcciones. Malditas las Hannas Black. Los espantosos fanáticos. Los centinelas que, apostados en su torreta y encantados de empuñar la tea, persiguen la polinización de ideas y el vientecillo de la libertad.