Crisis en el PSOE

Un partido socialista roto al que no le gusta su candidato

La Razón
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Apenas veinticuatro horas después de que el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, reuniera a su grupo parlamentario para comunicar su intención de no abordar cambios en las listas electorales para las próximas elecciones de junio, salvo en el caso de situaciones sobrevenidas, se anunciaban las renuncias de Carme Chacón, situada como número uno en la candidatura por Barcelona, e Irene Lozano, una de las apuestas personales del líder socialista para las pasadas elecciones, en las que ocupó el número cuatro de la lista por Madrid, desplazando a uno de los pesos pesados socialistas, Eduardo Madina, que se quedaría, a la postre, fuera del Parlamento. Si es perfectamente entendible el abandono de Lozano, cuya imposición en la candidatura madrileña por parte de la Ejecutiva federal del PSOE fue recibida con unánimes críticas internas, en el paso atrás de la dirigente socialista catalana resuenan ecos del latente descontento de un amplio sector del partido con la figura de su actual secretario general. El hecho de que Carme Chacón, a la que siempre se ha visto en los círculos políticos como una de las posibles opciones de cambio en la cúpula del PSOE, haya declarado sibilinamente que detrás de su retirada existen muchas razones políticas que prefiere callar ha dado paso, como no podía ser de otra forma, a las especulaciones sobre el destino que le aguarda a Pedro Sánchez si no consigue mejorar el pésimo resultado de las últimas elecciones, en las que el Partido Socialista obtuvo su menor representación parlamentaria desde la restauración de la democracia. No es posible desestimar la sospecha de que los barones regionales del partido, con Susana Díaz como referencia, no están dispuestos a mantener a Pedro Sánchez más allá de las elecciones y que se ha abierto el proceso de sustitución. Las renuncias, que una vez abierta la veda pueden extenderse a otras listas provinciales, obligan a la Ejecutiva de Ferraz, como primera providencia, a reajustar las candidaturas en las dos principales circunscripciones –Madrid y Barcelona– y reactivan la pugna interna en el PSC, donde Carme Chacón había impuesto su voluntad sobre el actual secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, y llevado al ostracismo al anterior líder, Pere Navarro. En definitiva, que ni siquiera se han disuelto las Cortes de la malograda XIª Legislatura y la actual dirección del PSOE tiene que empezar a apagar incendios. Buena parte de la responsabilidad del desconcierto que reina en el Partido Socialista recae, precisamente, en Pedro Sánchez, que empeñado en llegar a la presidencia del Gobierno –fiado de la tendencia natural de la izquierda a desalojar del poder a la derecha–, no fue capaz de percibir en las limitaciones que le impuso el Comité Federal a la hora de negociar su investidura la censura implícita a su gestión y a la de su Ejecutiva. Probablemente, confrontado a la urgencia del calendario, el PSOE hará de la necesidad virtud, pero sólo conseguirá aplazar la inevitable renovación. Que todo este embrollo surja en un partido que amplifica rumores de división en los adversarios –véase su insistencia con Mariano Rajoy– o que maniobra directamente para crear fracturas personales en sus rivales –ahí están los elogios envenenados a Íñigo Errejón– lleva a una última reflexión sobre un estilo de ejercer la política que cada vez tiene peor acogida entre los ciudadanos.